El sábado, en su Telediario de sobremesa, TVE relegó la
información sobre la manifestación de Podemos en Madrid. La cubrió
además mediante planos fijos y cortos, tal y como indican los manuales
que ha de hacerse cuando se pretende minimizar el impacto de las
concentraciones masivas. En el mismo noticiario que les comento ni
siquiera se mencionó la unánime réplica del mundo universitario al
último decretazo de Wert. ¿Qué le está pasando a la información en España?, se preguntan muchas personas.
Responder no es fácil. Para empezar habría que distinguir entre medios
públicos (habitualmente sometidos a las políticas de comunicación del
correspondiente Ejecutivo), y privados (cuya mayor o menor independencia
y/o adscripción ideológica se corresponde con la voluntad de sus
propietarios). Pero sí está claro que el ejercicio del periodismo ha
quedado sometido (en todo el mundo) a múltiples presiones que obligan a
distinguir entre los mensajes correctos emitidos por fuentes solventes, y
mensajes incorrectos contrarios al pensamiento único oficial. Que las
cosas sean verdad, o no, es ya irrelevante. Lo esencial es que su
difusión encaje en la lógica del sistema. Por eso, un diario tan influyente como El País se lanzó de cabeza a desprestigiar el currículo académico de Monedero
con datos falsos y mal contrastados, como hubo de admitir en la edición
del domingo su propia Defensora del Lector. Por eso también, cualquier
lector, oyente o espectador puede deducir por sí mismo que la noticia de
la muerte de un casco azul español en Líbano se hubiese dado de
manera muy distinta, si en vez de ser causada por un obús israelí
hubiera sido consecuencia de un disparo de Hezbolah.
Los
periodistas solemos decir que sin nosotros no hay democracia (también es
cierto que sin democracia nos quedamos sin sitio). Pero corren tiempos
agitados. Se lucha por el poder. La turbia realidad fluye a velocidad de
vértigo. Son muchos los que quieren controlarnos. De derecha o de
izquierdas, de arriba o de abajo, poderosos o alternativos. Así que lo
nuestro es resistir. Democráticamente, claro.
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