Los argumentos utilizados para descalificar a los griegos repiten
estereotipos prácticamente idénticos a los aplicados a España y los
españoles: poca productividad, buena vida, siesta, comilonas, saraos,
alegres imprudencias sureñas... O sea que hemos llevado un tipo de vida
que no nos podíamos permitir. Incluyan ahí la sanidad, la educación, un
sector público servido por demasiados funcionarios... Lo cual contiene
una parte de verdad (sobre todo si hablamos de la economía sumergida, el
fraude y la elusión fiscal o la falta de eficiencia productiva), pero
no toda la verdad. Ni de lejos. Es significativo que quienes pretenden
culpar a todos de la situación actual nunca metan en el saco de los
excesos presupuestarios el gasto militar, los créditos y subvenciones a
grandes compañías, los privilegios de los oligopolios, ni siquiera las
consecuencias de las políticas de escaparate. Grecia no podía permitirse
un salario mínimo superior al español, pero sí las fragatas francesas o
los tanques Lepoard alemanes que hubo de comprar. Y no me digan que no tiene guasa ver hoy a Draghi
ponerse chulo con los de Atenas. Porque el actual jefe del Banco
Central Europeo viene de Goldman Sachs, la entidad... ¡que colaboró con
los conservadores helenos en la falsificación de las cuentas del país!
España sí se va a permitir hacer frente a las responsabilidades
derivadas de la engañosa salida a Bolsa de Bankia (cientos de millones),
la indemnización a Florentino Pérez por el fiasco del Castor
(proyecto europeo que nos costará a los contribuyentes un mínimo de
2.700 millones), el rescate de las autopistas de peaje de Madrid (más de
3.000 millones)... Y esto, después de las millonadas entregadas a la
banca o los créditos fiscales regalados a las grandes compañías. Hasta
el plan PIVE, tan alabado, ha acabado subvencionando la importación,
porque buena parte de los más casi mil millones que lleva computados han
ido a coches fabricados fuera de España. El Dacia Sandero es el
número uno. Lo traen de Rumanía por cuenta de la multinacional Renault. Y
mientras seguimos endeudándonos. Qué vida más regalada, ¿no?
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