Hay días en que la tele me atrapa. Zapeo como un poseso por los
canales que traen información, tertulias o magazines de actualidad
política y me sumerjo en el cinismo, las incoherencias, la cara dura,
las contradicciones, las mentiras... y, sí, la desfachatez de jefas y
jefes. Ayer estuve así un buen rato, y menos mal que vino alguien a
casa, me libró del hechizo y me sacó a la calle. Si no, lo mismo sigue
allí, con el mando a distancia en la mano y una risa (pelín histérica,
lo reconozco) sacudiéndome el cuerpo.
De las cosas que se oyen (y leen) sobre Grecia y Ucrania no digo
nada. Cada vez tengo más claro que buena parte de los analistas
profesionales se expresa dentro de un marco conceptual que ya no es el
del elefante neocón que decía Lakoff sino el del Tea Party
global que mastica incansable sangre de obrero, carne de clase media y
cerebro de profesional universitario. Pero, dejando la cosa
internacional a un lado, lo de España tiene una vis cómica que tira de
culo.
El caso es que Chaves y Griñán han
sido imputados, aunque no tendrán que ir a declarar hasta después de las
elecciones andaluzas (ya ven lo atinada que estuvo Díaz en el calendario electoral). ¿Se les aplicará el código de Pedro Sánchez, exigiéndoles la renuncia a sus respectivas actas de diputado y senador? ¿Se les fulminará como a Tomás Gómez?
Pues no. Los portavoces socialistas se pasaron el día explicando con la
mayor naturalidad y convicción que los códigos están para ser
incumplidos cuando conviene y aún tuvieron tiempo de añadir que en
Madrid designarán candidato mediante una especie de primarias sin
votacion propiamente dicha, o sea mediante una consulta a las bases
interpretada luego por la dirección. Genial.
La guinda del pastel la puso, un día más, el portavoz del PP en el Congreso, Rafael Hernando.
Salió con esa cara suya de necesitar urgentemente un micralax y puso a
parir a todos (los demás) por corruptos y mangantes. En nombre del
partido que construyó sus sedes y financió sus campañas en negro, sentó cátedra ética y estética.
Pero los malos son Tsipras, Varoufakis, Iglesias y Monedero. ¡Ay, madre!
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