Irrito a mis lectores de derechas, decepciono a no pocos de
izquierdas, descoloco a los de centro, mosqueo a los aragonesistas y
cabreo a los españolistas. Por ello suelo usar a menudo expresiones como
"con el debido respeto", "ya disculparán" o "sin ánimo de ofender". No
es sarcasmo; solo pretendo suavizar las tensiones. En todo caso, hay
algo que aliviará los enfados de quienes me ven como un tipo negativo,
engreído y faltón: en realidad mi influencia sobre los acontecimientos
es muy escasa... tirando a nula. Les voy a poner un ejemplo
descafeinadito, para evitar sofocos: el asunto de Goya y su fallido museo (bueno, digo fallido en su versión más ambiciosa y de iniciativa pública).
Ocurrió un día que el entonces presidente de Aragón, Santiago Lanzuela, inspirado por Manuel Pizarro,
a la sazón jefe de Ibercaja, salió al ruedo anunciando la creación de
un Espacio Goya, lugar donde se concentraría la obra que hay en Aragón
del gran pintor y la que pudiera ser importada, junto con trabajos de
artistas precursores o de otros posteriores influenciados por don
Francisco. Cierto es que el tema se planteó con poca ambición y
sapiencia, pero yo lo jaleé, encantado además de coincidir con personas
tan señaladas y tan de orden.
Lo de Goya era de cajón. No hay aragonés más universal ni otro
reclamo posible en el exterior. El Espacio (mejor el Museo) era un
objetivo irrenunciable. Pero, claro, el proyecto tenía que lidiar con
los intereses, las envidias, los personalismos y todos los vicios
regionales. Pronto se supo que algunas entidades propietarias de obra
goyesca no la soltarían ni a tiros (por ejemplo la Iglesia Católica). El
Gobierno de Aragón, no obstante, se puso a intentarlo (ya era
presidente Marcelino Iglesias). Se desalojó la Escuela
de Artes y Oficios para instalar allí la cosa... Y luego todo se fue
quedando en nada. Mientras, nos entreteníamos con lo de Gran Scala y
otras idioteces.
Ahora, Ibercaja (que ya vio en Goya el principal activo de su Museo
Camón Aznar) ha decidido adueñarse de la marca. Nadie podrá
reprochárselo. Una vez más se ve quién templa y quién manda. Y aquí, un
servidor, con un palmo de narices. Como les dije.
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