La violencia se ha infiltrado en los paradigmas posmodernos como
hermana siamesa de la desigualdad social. Hace realidad las oscuras
profecías de la ciencia ficción de hace 30 años. Así, películas y
novelas gráficas trabajan sobre el recurrente escenario de enormes áreas
urbanas donde una minoría disfruta de seguridad, se alimenta bien,
recibe educación superior y accede a las tecnologías médicas más
avanzadas, mientras la mayoría sobrevive (o muere) en otro universo: el
de la pobreza, las bandas criminales, la comida basura, el agua
contaminada y la desatención sanitaria. Pero, a día de hoy, esa
violencia puede ser local (la que padecen, por ejemplo, México y África
Central)... o global (la del yihadismo). Esta última nos aterra
sobremanera porque no se queda allí (en Irak o Libia) sino que llega
hasta nuestras ciudades y nuestras casas. Europa aún disfruta de un
notable equilibrio social (que ya se rompe por el Sur) e ignora que tan
bendito status es la excepción y no la regla en el mundo actual.
El yihadismo se inserta en la maldición que está empujando a las
sociedades musulmanas hacia las fauces del integrismo religioso, el
arabocentrismo y la incapacidad para asumir su propia versión de las
revoluciones políticas, culturales, centífico-técnicas y morales que han
permitido a Occidente convertirse (para bien y para mal) en la
vanguardia de la humanidad, con la razón y el laicismo por bandera.
Nadie mejor que los españoles (sujetos hasta hace bien poco al rigor del
nacional-catolicismo) para entender lo que le viene ocurriendo al Islam
en los últimos dos siglos.
Pero el yihadismo no amenaza nuestro modo de vida ni nuestras
libertades. Causará daños puntuales, nos vestirá de luto, dará alas a la
xenofobia y el fascismo... pero carece de fuerza real para obligarnos a
nada. Su medievalismo cruel no tiene gran cosa que hacer
frente a los enormes recursos militares de Occidente. El peligro, el de
verdad, está en otro lado: en Ucrania, en la eurofobia de los corruptos
burócratas que dominan la UE, en la extrema codicia de la élites. Eso sí
que puede dejarnos sin futuro.
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