Aunque la noticia no causó mayor revuelo, el informe demográfico
publicado este lunes no puede ser más alarmante. Aragón sigue perdiendo
habitantes, y ello significa que numerosas localidades y comarcas
enteras están cayéndose sin remedio. Con una población avejentada, sin
apenas nacimientos ni pulso ni expectativas, se han quedado por debajo
de la masa crítica imprescindible para ser escenario de iniciativa
alguna. Los pueblos se quedan sin gente, los jóvenes se van, las
escuelas se cierran.
¿Qué pasa? Pues que esta comunidad fracasa a la hora de poner en pie
una economía rural moderna basada en la innovación y los recursos
propios. Este es el modelo que permite, en otros países europeos,
mantener vivas las áreas no urbanas... con actividades dirigidas a los
mercados urbanos. La agricultura y ganadería de mimo, la
producción y elaboración de alimentos de calidad, la artesanía y la
pequeña industria avanzada, el turismo ecológico y cultural, los
deportes de aventura, el reconocimiento, en fin, de los auténticos
factores de desarrollo sostenible configura una alternativa que exige
cada vez más sofisticación y conocimiento. Eso en Aragón no se da, o
solo en algunos lugares. Aquí la falta de visión ha derivado en una
obsesión por las infraestructuras, la destrucción de inapreciables
recursos naturales y la proliferación de absurdos polígonos industriales
donde albergar hipotéticas empresas que, por supuesto, vendrían de no
se sabe dónde. El resultado, a la vista está.
Ni las instituciones (aferradas a los clichés más pasados y prestas a
embarcarse en dudosos proyectos de desarrollo) ni la sociedad (incapaz
de sobreponerse a sus atavismos cazurros) han entendido (salvo en
meritorias y magníficas excepciones) el reto que se les presentaba. Así
nos hemos convertido en la región europea que más transgénicos produce y
hemos sido incapaces de industrializar las cuencas mineras; nos han
entretenido con cuentos carísimos pero inútiles (aeropuertos,
tecnoparques, embalses) y tenemos enormes problemas para promover el
emprendimiento.
Y, claro, cada vez somos menos.
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