Cuando relato en las sobremesas gintónicas todas las costosas
sandeces y los proyectos alucinantes que hemos tenido que soportar en
Aragón, empiezo por una curiosa historia ocurrida a principios de los
70, cuando a varios próceres se les metió en la cabeza traer bisontes
norteamericanos para aclimatarlos a los Monegros (total, el paisaje es
clavado al de Arizona y Nuevo México), creando así una magnífica y
barata producción de carne (se supone que los búfalos iban a vivir a su
aire ramoneando el tomillo) y un aliciente turístico. Dos rebaños de
aquellos bovinos llegaron en avión y tratados en plan VIP. Pero los muy
jodidos no se aclimataron. Entonces era yo un jovencísimo becario en la
redacción de Heraldo, y allí, una noche en que se discutía la
razón por la que ni los bisontes ni las bisontas se sentían a gusto en
nuestra estepa propuse muy serio traer también un grupo de comanches
para completar la escena y dar confianza a los bichos. Me mandaron a
cascarla, claro. De todas formas, la operación fracasó.
Me sé de memoria la lista de extravagancias que, de entonces acá,
causaron sensación, provocaron enormes polémicas políticas y sociales y
acabaron en nada. La importación de ovejas romanov (aunque comían esparto o lo que fuera, su carne era incomestible), los dromedarios, los polígonos industriales a tutiplén, el Rubiatrón, las fábricas de avionetas, las plataformas logísticas, los parques tecnológicos... Pero, bueno, el profesor Rubbia
era un premio Nobel, los camellos son para el desierto, Plaza ha dado
resultado (aunque nos ha salido carísima, por lo que ustedes saben) y
hasta el mejor escribano echa un borrón. Sin embargo, a partir de Gran
Scala, estas alegrías tomaron un cariz simplemente demencial. Venía
cualquier menda ducho en mamoneos, traía bajo el brazo una propuesta tan
imposible como delirante... y los jefes se volvían locos, los líderes sociales enmudecían y la buena gente baturra pensaba que venía míster Marshall.
El desembarco de GM-Opel a principio de los 80 se evocaba como prueba
de que a veces los dioses bajan a la tierra, como si la multinacional en
cuestión pudiera confundirse con cualquier piernas que llega al
despacho ofreciendo una fábrica de coches eléctricos.
Por eso, porque sé que quienes gobiernan suelen liarse en asuntos
relacionados con la investigación, la tecnología, el emprendimiento
industrial y todo eso, hago un nuevo llamamiento a actuar con más rigor y
menos cazurrería. En Aragón se ha investigado y se investiga, casi
siempre en silencio, y hay algunos (pocos pero buenos) empresarios que
trabajan en sectores avanzados. Si hay que gastar el dinero público en
ayudarles, hágase en condiciones. De mamarrachadas ya estamos hartos.
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