Ya se me va pasando la alarma que me causaron algunos titulares y
muchos comentarios: todo aquello de empieza una nueva etapa, llega la
hora de trabajar por España, se rompió el bloqueo, luz verde a las
reformas... ¡Ostras!, me dije, igual se ha producido algún tipo de
transformación fundamental de la situación política y yo no me había
enterado. Y como encima ando estos días de aquí para allá, sin parar
quieto en ninguna parte, temí quedarme fuera de juego. Pero por suerte
Rajoy es quien es, lo cual siempre constituye una garantía de que no
habrá sorpresas ni prisas ni acelerones. Es comprensible que quienes han
tenido la obligación de pintar de purpurina la investidura del sábado
(la de los zombis) se inventasen no sé qué cambio, recambio o
requetecambio. Pero ahí ha estado nuestro Mariano para poner las cosas
en su sitio. De momento, hasta el jueves por la tarde no se conocerá el
nuevo gobierno. Que estamos en el puente de Jalogüin, hombre. No metan
prisa.
Genial, oye. Llevábamos mogollón de semanas estresados, sin
poder hacer planes para navidades, pringados los sábados y aun los
domingos. Pero el presidente permanente nos ha devuelto al pausado ritmo
del ya te veré. Algunos de los suyos, carcomidos quizás por la
impaciencia, aseguraron que íbamos a conocer la composición del gabinete
el mismo domingo, o el lunes a más tardar. Mas nada ha alterado la
imperturbable quietud del jefe. Qué tío.
Por idéntica regla de
tres, Rajoy se atendrá a su implacable lógica: él es él y no necesita
traductores, emisarios ni profetas para hacer lo que debe, en perfecta
consonancia con lo que ya hizo. Lo ha dicho por activa y pasiva: aquí no
hay nueva etapa que valga, sino una estricta continuidad asentada sobre
cuatro pilares inmutables y eternos: orden, unidad, mercados... y mucha
calma. Los de Ciudadanos, y no digamos los pobres socialistas, podrán
inventarse cualesquiera ajetreos y sacudidas. Pero el inquilino de La
Moncloa ni se agita ni se inmuta. Sobresaltos, los mínimos. Echémonos
una siesta. ¡Uuuaaa!
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