Es muy improbable que quienes gobiernan hoy España puedan creer que la gente de la calle se traga sus argumentarios. Rajoy. desde luego, debe dudarlo porque se le ve cada vez más mohíno e inexpresivo, por más que su eminencia gris (el famoso Arriola)
le reboce a diario el horóscopo demoscópico. En eso, en lo de mantener
enganchado al personal más por la fe que por la razón, le da mil vueltas
Mas, que se dispone a encarar nuevos desafíos electorales
sabiendo que no tendrá que proponer nada relacionado con el
empobrecimiento, el endeudamiento, el desmantelamiento del Estado del
Bienestar y todas las demás putadas. Bastará con poner en su programa (y
en el de Esquerra y el de las rebeldes CUP) una sola palabra:
independencia. Debe ser maravilloso para un político de estos tiempos
manejarse con tan bendita simpleza.
El pobre Mariano, no. A éste
se le ve el plumero. Por ejemplo, que no tiene ningún plan para afrontar
a medio plazo el desafío soberanista en Cataluña. Cualquiera que desde
el resto de España haya viajado a dicho territorio ha percibido cómo el
independentismo gana terreno. Seguramente aún no es mayoritario... Pero
lo será si el actual Gobierno español sigue fingiendo que todo se
arreglará solo.
No hace falta ser eso que los medios denominamos un experto
para saber que la recuperación económica es una falacia, apenas
sostenida en unas estadísticas tan dudosas como contradictorias. Cuando
nos dicen que, allá por el 2016-17, la quinta parte de las personas en
edad de trabajar seguirán en el paro, a lo que habremos de sumar otro
porcentaje mayor que tendrá trabajo pero no saldrá de la pobreza, más
otro tanto que irá tirando aunque carecerá de la mínima seguridad...
nadie puede imaginar que vaya a crecer la demanda y la economía.
Tampoco hay que ser demasiado paranoico para intuir que Rajoy (como los demás líderes sistémicos)
está incapacitado para luchar contra la corrupción. Hasta hoy no ha
hecho un sólo gesto que pudiera darle alguna credibilidad al respecto.
Al contrario.
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