Hace poco, el Gobierno central nombró director de los informativos de TVE al jefe de Opinión del diario ultraconservador La Razón.
Poco después, colocaba al frente del centro de Cataluña al hasta
entonces asesor en materia de comunicación de la jefa del PP en dicha
comunidad. Todo ello mientras las plantillas, tanto de la tele oficial
española como, por cierto, de su versión catalana, TV3, expresaban una y
otra vez sus protestas por el evidente grado de manipulación que los
respectivos responsables políticos han impuesto en ambas cadenas
públicas. ¿Públicas? Para nada.
Ayer la redacción de TVE
estalló, tras el cese de varios jefes de sección. Normal. Si los
telediarios vivieron durante la época de Zapatero un breve pero
interesante paréntesis de independencia, calidad y credibilidad (por
supuesto dominaron los rankings de audiencia; no como ahora), hoy son
una correa de transmisión del Gobierno y del PP. En algunos casos, la
manipulación resulta tan evidente y grosera que causa vergüenza ajena.
Los periodistas se han pronunciado sucesivamente contra el nombramiento
tanto del anterior director como del actual. Pero su opinión no cuenta.
¿Tiene sentido que unos medios supuestamente concebidos y descritos
como "servicio público" sean utilizados de la forma más sectaria por
quienes gobiernan en cada momento? ¿Es razonable que cada relevo en el
Ejecutivo traiga aparejado el de los responsables de dichos medios a
todos los niveles? ¿Cómo se justifica entonces el elevado coste de unos
complejos mediáticos cuya insostenibilidad suele ser manifiesta (véase
el desdichado caso del Canal 9 valenciano)?
El estatuto de la
prestigiosa BBC y de otras televisiones públicas europeas define unas
reglas de independencia que seguramente no son infalibles, pero que se
sitúan a años luz por encima de las vigentes en España. Dichas reglas,
por supuesto, no eliminan el compromiso y la capacidad crítica. La clave
más bien radica en el respeto a la profesionalidad y la libertad de los
periodistas y a los derechos de la ciudadanía, que es, no se olvide,
quien finalmente paga la factura.
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