España, según la versión oficial, se está convirtiendo en una de las locomotoras
europeas, es la admiración de los organismos internacionales y cabalga a
lomos de una recuperación económica tan espectacular como asombrosa.
Cualquiera que niegue esta descripción o admita la posibilidad de que en
las próximas elecciones no se sostenga el régimen de partido hegemónico es un loco, un peligro andante y un radical. Junto al silente Mariano, cuya táctica elusiva ha convertido la acción política en mera política de comunicación positiva,
se alinean los gestores de los bancos y las grandes compañías, los amos
del dinero, los multimillonarios impasibles. La estabilidad es
esencial, dice González, el del BBVA. El bipartidismo es bueno, remacha Alierta. Todos se apuntan al clamor antiPodemos que galvaniza al sistema y, de rebote, incluso zarandea al socialista Pedro Sánchez (cuando autocritica el artículo 135 de la Constitución reformada) o al mismísimo papa Francisco (cuando denuncia las políticas sociales de la UE).
Pero Podemos es la réplica a esa realidad que la versión oficial niega:
el empobrecimiento, la desigualdad, la estabilización del desempleo y
los sueldos inferiores a los mil euros, el incremento constante de una
deuda impagable y en buena medida ilegítima... Y ocurre que la histérica
reacción de los voceros sistémicos ante la pujanza de Iglesias y los suyos colabora (según todas las encuestas) a impulsarlos a la primera posición en las preferencias electorales.
Ocurre lo mismo con Cataluña. Está claro que el independentismo no ha
logrado (aún) arrastrar a la mayoría social. Pero la cerrazón de Rajoy,
su falta de visión a la hora de afrontar el problema y la victimización
de Mas juegan a favor de los nacionalistas. El president y
líder de CiU ha salvado el culo (político) gracias a la torpeza del
Gobierno central. Esquerra sigue fuerte. PP y PSC-PSOE están
desapareciendo de la escena política catalana.
Al final, será
Mariano (junto a los gonzález y aliertas) quien acabe tropezando, a la
vuelta de la esquina, con esa realidad que intentan exorcizar: la locomotora ha descarrilado.
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