¡Otra tormenta perfecta! De un lado, la presidenta Rudi y la consejera Serrat,
cuya animadversión hacia la universidad pública aflora de forma
clarísima en su retórica al respecto y su lenguaje corporal. De otro, el
rector López, un personaje que tal vez hubiera sido adecuado
para otra época más feliz, pero que está mostrando desde hace tiempo su
incapacidad tanto para reorganizar su carpetovetónica institución como
para liderar la lucha por la supervivencia de esta.
Ya es mala
suerte esta confluencia astral, porque la universidad, pese a su
rechinante estructura, su incapacidad para integrarse en la sociedad y
su pérdida de eficiencia, tiene un papel insustituible en la transmisión
del conocimiento superior y la investigación. Si suprimiésemos tal
activo del haber de Aragón, nuestra comunidad sufriría una pérdida irreparable.
El Gobierno aragonés conjuga con fruición el verbo recortar
(aunque las disfunciones y la escasa seriedad de sus presupuestos le
impidan una y otra vez cumplir con los objetivos del déficit y evitar el
endeudamiento). La pésima negociación de los mecanismos de financiación
autonómica, que ha caracterizado siempre a nuestro Ejecutivo autónomo
(fuese en su versión PSOE-PAR o en la PP-PAR), contribuye a la asfixia
financiera. Ahora, Rudi rebota tal asfixia sobre la universidad. Más de
50 millones están en el alero y el conflicto se judicializará de
inmediato. Los campus van tirando medio arrastras, la construcción de
nuevos centros o su renovación está parada de hecho, no es posible
nombrar nuevos profesores titulares... Es cierto que el número de
alumnos ha descendido, pero hay nuevas titulaciones (algunas con
carencias tan clamorosas que ponen su viabilidad en entredicho) y no es
factible replegar los efectivos docentes y las instalaciones con la
mismas rapidez que evoluciona la matrícula curso a curso.
La
inquina ideológica del Gobierno converge con la incapacidad de la
universidad para dar un salto adelante y dejar de ser esa maquinaria
pesada, lenta, incompetente y sometida a unas reglas de implacable
endogamia. Es dudoso que las autoridades académicas hayan entendido de
verdad que el mundo cambia a una velocidad vertiginosa y que no es
posible afrontar los nuevos desafíos desde una organización y unas
reglas de funcionamiento que ya estaban desfasadas hace decenios.
Encerrados en sí mismos, sin líderes naturales y sin capacidad de
respuesta, los campus están listos para convertirse en otras víctimas
propiciatorias de la crisis.
Si así fuese, todos saldremos perdiendo. Y mucho.
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