Bajo un vendaval de sondeos y augurios, los cuatro candidatos que
encabezan las listas de PP, PSOE, Unidos Podemos y Ciudadanos afrontan
hoy un jalón decisivo en la campaña: el debate que será emitido por la
práctica totalidad de las televisiones. Cada uno de los contendientes
tiene como objetivo fundamental no cometer ningún error
determinante. Perder a los puntos sería un mal menor cuando todavía van a
quedar por delante once días para reparar daños. Claro que el margen de
maniobra de los partidos y sus líderes se está estrechando.
El PSOE libra una pelea agónica con Unidos Podemos para impedir que esta coalición le desborde no solo en votos (lo que parece casi seguro) sino en escaños. Ahí, todavía cabe imaginar un empate técnico. A su vez, el supuesto bloque de centroderecha (PP+Ciudadanos) contempla con alarma la posibilidad de quedar desbordados por las izquierdas (PSOE+Unidos Podemos). Desde los ámbitos conservadores se pretende sustituir la habitual geometría ideológica por una dinámica distinta, la de los constitucionalistas frente al rupturismo. Ello supondría que, en su momento, los socialistas se abstuviesen para permitir un gobierno presidido por Mariano Rajoy (¿u otro dirigente conservador?), dejando fuera de juego a Pablo Iglesias y su abigarrada pero crecida tropa. Pedro Sánchez y los suyos niegan rotundamente tal posibilidad, pero tampoco dan por hecha ninguna otra alternativa viable. Los dados ruedan sobre el tapete y la pasión por la política parece sobreponerse al hastío y el desencanto. Las audiencias que convoque esta noche el debate medirán la intensidad del interés de la ciudadanía por la cita del 26-J.
LAS IZQUIERDAS EMPUJAN
Los sondeos confirman la ventaja de Unidos Podemos sobre el PSOE,
pero no está claro si las tendencias de la última semana tienden a
reducirla o a incrementarla. En el primer supuesto, Sánchez estaría
movilizando el voto socialista oculto. Pero ahora surge otra clave:
según la encuesta de GESOP para el Grupo Zeta que hoy publica este
diario, las izquierdas estarían a un paso de sumar mayoría absoluta.
Con los socialistas más el podemismo por encima de los 170 diputados, el
gobierno les quedaría al alcance de la mano. Por otro lado, esa
hipotética alianza sería la preferida por el electorado.
Al otro lado, en el PP suenan las alarmas. Ninguna
predicción fundamentada (sea la del CIS o las elaboradas por los
principales medios informativos) agrega gran cosa a los magros
resultados del 20-D. Es verdad que los conservadores se mantienen
como opción más votada, pero pueden retroceder en número de diputados.
Los 130 escaños quedan, de momento, lejos. Y Ciudadanos no recupera.
En este escenario, complejo y lleno de incertidumbres, las
suposiciones,la tensión y los globos sonda serán moneda corriente. Esta
misma noche, el debate a cuatro enfrentará a unos candidatos muy
presionados, sobre todo Rajoy y Sánchez, que deben templar sus nervios y
evitar cualquier desastre. Es preferible ofrecer un perfil bajo a
correr mayores riesgos.
CADA CUAL, EN SU MOMENTO
Rajoy llega a esta cita cansado, quizás desconcertado o aburrido. Sus intervenciones abundan cada vez más en frases insustanciales o incluso absurdas. A veces da la sensación de que la noche anterior no ha dormido bien. Su estrategia de sentido común no ha variado desde diciembre: la economía mejora, no es lógico correr riesgos y no tiene sentido poner el país en manos «de quienes provocaron la crisis» (PSOE), «de los radicales que pretenden destruirlo todo y empezar desde cero» (Unidos Podemos) o «de quienes carecen de experiencia en la gestión de asuntos públicos» (Ciudadanos). Sus partidarios confían en la solidez del opositor nato que se convirtió en registrador de la propiedad con solo 23 años. Pero a estas alturas él y su círculo de asesores ya deben haberse dado cuenta de que algo no funciona en el argumentario y la estrategia.
A su vez, Sánchez hace equilibrios sobre la cuerda floja. Se ha doctorado en funambulismo al precio de peinar cada vez más canas. Ha ganado en aplomo y mantiene su tesón de resistente nato. Ya no es aquel maniquí embutido en impecables trajes entallados. Hace campaña en la calle. Y pugna por recuperar votantes mientras prepara el día después, ese 27 de junio en el que no pocos de sus compañeros le estarán esperando con los cuchillos afilados.
Iglesias... Bueno, el monstruo de las galletas populistas navega con
el viento de popa. Casi todo lo que pasa o pueda pasar le va bien. En
buena lógica, capitanear una coalición tan variopinta le habría de crear
serios problemas. Pero de momento no es así. Tanto Izquierda Unida
como las confluencias periféricas o las diversas facciones que
integran Podemos se comportan con una increíble disciplina
unitarista. Así, el primer candidato, aupado por una brillante
mercadotecnia, puede dedicarse a desarrollar su mensaje y su imagen.
Dicen que ha usado bótox para difuminar un entrecejo ceñudo. Su
vestimenta casual evoluciona mediante adiciones tan simples como una
corbata estrecha. Hoy, ante todo, tendrá que reprimir su yo más duro y
afilado.
El que menos agobios debe pasar es Rivera. Sabe que no
logrará estirarse más allá de unos límites modestos (quizás un poco más o
un poco menos de los 40 diputados que obtuvo el 20-D), pero aspira a
tener un papel importante en los futuros pactos. Ha dejado de ser aquel
jovencito amable y convencional. Tiene más tablas, aunque quizás menos
frescura. El centro se le ha revelado como un espacio no tan amplio como
pensaba. A ver cómo se apañan.
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