Mariano Rajoy no le quiere nadie, salvo, se supone, los de su
partido. Por eso ya no gana las elecciones. Es el más votado, pero eso
no vale de nada cuando te llevas un magro botín en esca- ños, muy lejos
de lo que fueron aquellas mayorías absolutas o suficientes. Por debajo
de los ciento cincuenta diputados la victoria se esfuma. Cuando se parte
de ciento veintitrés y sólo se aspira a coronar el chato Everest de los
ciento treinta, el líder ha de encomendarse a la buena voluntad de los
demás partidos, o suponer que alguna clase de poderoso ente
extrapolítico conseguirá anular la literalidad de los resultados
electorales. Ocurra así, o no, lo evidente es que la campa- ña ha
derivado en un combate sin piedad donde el PP quiere recuperar a quienes
se le pasaron a Ciudadanos. C’s busca robarle la cartera al PSOE.
El PSOE ataca a Unidos Podemos por tierra, mar y aire... Y Pablo
Iglesias muestra su cariño por Zapatero, para pasmo del respetable.
Golpes de efecto emocionales, simulaciones económicas, mercadotecnia y
comunicación digital. Ayer, un ultraderechista asesinó a la diputada
laborista Jo Cox cuando hacía campaña contra el Brexit. De inmediato,
las bolsas europeas iniciaron el rebote porque los jugadores de los
parqués pensaban que esta tragedia desencadenará entre los británicos
una reacción favorable a seguir en la UE. Descarnada y cruel realidad.
Cómo no, si en el mismo instante en que se producía tal instante en que
se producía tal crimen, el premier Cameron hacía campaña ¡en Gibraltar!,
donde la inmensa mayoría de la población es europeista cien por cien.
Por supuesto, un paraíso fiscal como aquel se rige por la ley del
parásito: mantener con vida al huésped para seguir alimentándose de él.
Rajoy condenó el atentado y aprovechó la ocasión para llamar “a las
naciones libres” a luchar sin cuartel contra el terrorismo. El
presidente en funciones se atiene siempre a su argumentario, y no parece
sentirse intimidado por el rechazo que despierta en otros partido cuyo
apoyo necesitará para seguir en La Moncloa.
Él y los suyos se aferran a ese principio (inventado por ellos
mismos) según el cual el más votado debe ser investido por puro y simple
precepto democrático. Pero Espa- ña elige al jefe de su gobierno por un
procedimiento indirecto y parlamentario. Porque luego es en el mismo
Parlamento donde hay que sacar a flote los presupuestos anuales, las
leyes y lo que toque. Rivera lo ha advertido con tajante solemnidad: C’s
ni votará a Rajoy ni se abstendrá para facilitar su investidura. En el
PSOE, pese al equívoco tuit de Jordi Sevilla, que sigue dando que
hablar, también se descarta cualquier respaldo al PP (el último en
asegurarlo así ha sido Óscar López, vicecoordinador del Comité
Electoral).
Cospedal, presta a defender a su jefe, insiste en que los partidos
con menos votos no pueden imponer su voluntad al que más haya logrado.
Se olvida de que, si el primero necesita imperativamente al segundo, al
tercero, al cuarto o a varios de ellos, tendrá que adaptarse a sus
exigencias. Qué remedio le va a quedar. La esperanza del PP es la
pesadilla de sus contrarios: que la gente de orden acuda en masa a las
urnas, alarmada por un posible desbordamiento de Unidos Podemos. La
súbita emergencia del voto oculto conservador desmentiría, a la hora de
la verdad, los pronósticos de los encuestadores, impondría a Rajoy por
encima de sus contrarios... Y seguro que, en tal caso, también subirían
las bolsas.
JLT 17/06/2016
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