Todos hablan de pactos. Casi nadie del Brexit. Las promesas caen a
plomo sobre la ciudadanía, como si estuviésemos todavía en 2007 y
tuviésemos una deuda pública del 36,3% del PIB (¡qué tiempos!). Sin
embargo, en este junio electoral del 2016, lo que deben las
instituciones españolas ha vuelto a desbordar el cien por cien de la
riqueza que produce nuestro país en un año. Se han batido todos los
récords históricos: Un billón y cien mil millones de euros, que se dice
pronto. Más aún: sólo en el primer trimestre del año hemos tomado
prestados 22.969 millones, una cantidad impresionante.
ZOZOBRAS ECONÓMICAS
En estas condiciones, ¿cómo podrá Rajoy bajar los impuestos, Sánchez
recuperar y mejorar los servicios sociales, Iglesias incrementar la
inversión pública y Rivera complementar por cuenta del Estado los
salarios más bajos? Peor todavía: ¿Qué puede pasar si el 23, en vísperas
de nuestra propia cita con las urnas, los británicos deciden dejar la
Unión Europea? Mariano Rajoy, preguntado por ello, usó el término
catástrofe. Confía, por supuesto, en que no se llegue a ello.
El referendo convocado por el premier Cameron ha puesto los mercados
financieros al borde del infarto. En los últimos días, las bolsas del
Viejo Continente han perdido cuatrocientos mil millones de euros. Por
muchísimo menos, la Grecia de Syriza fue considerada un tumor maligno en
los órganos vitales de la Unión y condenada a todo tipo de represalias
económicas. Pero los conservadores británicos, incluidos los que
preconizan la separación, son objeto hoy de otra consideración. Incluso
hay analistas que intentan quitar hierro a las repercusiones de una
eventual salida. El Banco Central Europeo y la autoridad monetaria de
Reino Unido ya trabajan sobre tal supuesto para asegurar que no habrá
ningún problema en el cambio de libras por euros y viceversa.
En España, la campaña ha pasado de largo sobre el tema del Brexit.
Mientras el Ibex cae hacia los 8.000 puntos y la deuda pública crece sin
parar, Rajoy vende triunfalismo y los demás ofrecen diferentes modelos
de cambio, a cual más risueño. Ni siquiera la vecindad de una Francia
agitada por protestas y huelgas contra la reforma laboral
socialdemócrata que impulsan Hollande y Valls ha forzado a los
candidatos a ocuparse de lo que sucede fuera de nuestras fronteras. La
única mención significativa a la Gran Bretaña se ha hecho en la carta
que Unidos Podemos manda a los domicilios de los votantes junto con la
papeleta. Es una misiva que supuestamente envía a sus padres, desde
Londres, una treintañera científica española que se ha visto forzada a
emigrar para encontrar un puesto de trabajo acorde con su preparación.
Aunque, ojo: si los euroescépticos ganan el referendo, a lo mejor se
tiene que volver a esta España que ha dejado de invertir en I+D+i porque
lo fía todo a los sesenta millones anuales de turistas (de los cuales
la cuarta parte, ¡ay!, son británicos) y a las crecientes inversiones en
las plantas (maquilas, les dicen en México) que montan automóviles para
las multinacionales.
En la jornada de ayer, la campaña española giraba obsesivamente en
torno a los pactos. Puyas, sospechas, emplazamientos... De todo había en
el fuego cruzado.
El PP no se corta a la hora de proclamar en público su suposición de
que Pedro Sánchez será perfectamente capaz de pactar con Podemos e
incluso los nacionalistas periféricos, si suman más de 176 diputados. Lo
ha dicho Feijoó, el presidente gallego, sin acordarse de que esa opción
ya se dió tras el 20-D y se frustró por decisión del Comité Federal
socialista.
Pero a Sánchez le acosan desde todos los ángulos a propósito de sus
intenciones. Un tuit de su asesor económico, Jordi Sevilla, desató ayer
una pequeña tormenta porque daba a entender que su partido apoyará a
quien consiga más escaños. Luego se aclaró que dichos escaños podrían
corresponder a varias formaciones unidas por un acuerdo. Y la polémica
continuó entre PSOE y Unidos Podemos porque aquella formación avala, en
una posible negociación, la preminencia de quien haya obtenido más
diputados, mientras esta última cuenta la ventaja por el número de
votos.
Rivera sigue reclamando la retirada de Rajoy para lograr un consenso
constitucionalista y apoyar un ejecutivo renovado. Saca a relucir los
papeles de Bárcenas y pone el dedo en la llega de la corrupción
conservadora. Pero... ¿es su exigencia una línea roja, o no? Porque en
cada ocasión el líder de Ciudadanos envuelve su posición en una nube de
matices que la desdibujan o relativizan.
Donde se le ve más resuelto es a la hora de apoyar la presión sobre
Sánchez, a quien ha interpelado para que aclare si opta por “el modelo
de coalición que sigue la socialdemocracia europea” (salvo Portugal, se
supone), o los desvaríos “populistas”. Y recuerda el apoyo que los
socialistas han dado a los ayuntamientos filopodemistas de las grandes
capitales españolas.
Iglesias hace lo mismo pero desde un enfoque diametralmente opuesto.
Ha emplazado a Sánchez a que «tenga agallas para decir si permitirá, o
no, un gobierno de Rajoy».
Mientras, el del PSOE recorre España buscando a sus votantes y abominando... de Podemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario