La resaca del fin de semana cubrió el lunes de agonía futbolera. Ni la homilía del profesor Gabilondo en su visita a la capital aragonesa, ni la omnipresencia televisiva de Iglesias en la tarde del domingo, ni la patética soledad de Sánchez, ni el aniversario siempre polémico de los ayuntamientos del cambio...
nada pudo atenuar, desplazar o sustituir a la meganoticia del sábado:
la derrota del Real Zaragoza en Palamós, el 6-2 de la vergüenza, la
certificación del absoluto declive de un club al que se consideraba histórico,
la ruina patatera. Y su impacto se extendió mucho más allá de los
círculos de aficionados impenitentes, que han sido capaces de seguir
yendo los domingos a La Romareda a sufrir sin remedio. Ahora, mogollón
de personas se suben por las paredes, argumentando que la quinta ciudad
de España no puede quedarse sin un equipo de Primera, copero, peleón y
capaz de vender ciudad en los grandes estadios de España y el resto de Europa.
De esta forma, el debate político cambió de enfoque. Lo del 26-J entró en stand by y el personal se puso a discutir si la culpa de la paliza a manos del Llagostera es del PSOE comandado por el Marcelinato
agapitero (que trajo la maldición con aquel vendaval de patrañas,
corrupción y fracasos), de la señorial Fundación (que lleva ya dos
temporadas gestionando el equipo con más pena que gloria)... o del
Ayuntamiento de los ZeC (que osa mantener en el congelador el plan para
reconvertir la municipal Romareda en un negocio inmobiliario a mayor
beneficio, naturalmente, de los propietarios del Real Zaragoza SAD). De
hecho, el presidente de dicha sociedad, Christian Lapetra, se dejó caer por ahí, colgando en el tejado del alcalde Santisteve
la pelota que sus jugadores no habían sabido meter donde debían. Claro:
más vale plusvalía urbanística en mano que éxito deportivo volando.
En realidad, el Zaragoza sólo es el símbolo de este Aragón de los
asuntos público-privados o privado-públicos, esta Tierra Noble oficial u
oficiosa donde la eficiencia no existe, la inteligencia desapareció
hace mucho, la autoestima es virtual... Y además arrastra un
tremendísimo gafe.
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