Mariano Rajoy acaba la campaña con mala cara, o cara de
circunstancias, o esa cara tan suya donde la perplejidad se refleja
desbordando cualquier disimulo. Ayer se le veía desorientado. Repetía la
letanía de su argumentario medio abstraído, como si por dentro de su
sesuda cabeza los ecos del Fernándezgate siguieran rebotando impulsados
por un movimiento continuo. Sólo faltó la comparecencia en el Parlament
del director (por poco tiempo) de la oficina Antifraude catalana. Daniel
de Alfonso, con actitud desafiante, se encaró con los diputados,
amenazó con poner en marcha su particular ventilador, repartió sospechas
a granel y acabó dejándole un recado al líder de Ciudadanos, Albert
Rivera, que hubo de salirle al paso en posteriores declaraciones. La
campaña llega a su fin chapoteando en las cloacas del Estado. ¿A quién
acabará favoreciendo todo esto? Ustedes mismos.
El diario digital Público ofreció ayer su tercera entrega de las
conversaciones entre el ministro en funciones Jorge Fernández Díaz y el
citado De Pedro. En ella se hablaba de provocar la caída de Artur Mas de
la presidencia de Convergencia Democrática. Pero el director de la
desdichada Oficina Antifraude (una creación del Tripartito caracterizada
por su hermetismo y discrecionalidad) tiene para ello una explicación:
fue un cebo que le puso al titular de Interior «para ganarse su
confianza». Inaudito.
Como lo es la situación del citado ministerio. Justo ahora se jubila
Eugenio del Pino, director adjunto operativo de la Policía, y ello
sucede en medio de una guerra entre facciones, comisarios y grupos
operativos. Un rastro de grabaciones, espionaje, operaciones sucias y
maniobras políticas pone en cuestión el funcionamiento de organismos
que, se supone, velan por la seguridad colectiva. Casos tan retorcidos y
absurdos como el del Pequeño Nicolás han acabado involucrando a
notorios mandos policiales. Parece increíble.
No pasa nada, dicen en el PP. No hubo delito, añaden con más ánimo
que convicción... Salvo la artera filtración de esa grabación ilegal.
«España no es Venezuela», asegura Rajoy en un intento de defender la
calidad de la democracia que disfrutamos aquí. Pablo Iglesias debe de
estar encantado. A la postre, ¿no fueron los policías más próximos a
Fernández Díaz quienes anduvieron por ahí divulgando supuestas
investigaciones sobre la financiación de Podemos?
Todo esto a sólo tres días de la cita con las urnas. Cuando los
partidos y sus candidatos queman los últimos cartuchos en una traca tan
ruidosa como poco fructífera. El PSOE protagoniza un crescendo no exento
de dramatismo. Ayer, en el barrio murciano de San Basilio, sacó la
bandera de Europa y la española, mientras Pedro Sánchez enarbolaba el
internacionalismo contra los soberanismos periféricos. El líder
socialista apeló a la «memoria de nuestros abuelos, el presente de
nuestros padres y el futuro de nuestros hijos» para pedir el voto. Da
por hecho que no habrá sorpasso ni en escaños ni en sufragios.
Unidos Podemos y el PSOE tuvieron una fea enganchada en Jaen, tras
una desaforada intervención de Diego Cañamero, dirigente del Sindicato
Andaluz de Trabajadores y candidato al Congreso por la coalición
izquierdista. Por un lado las cloacas, por el otro la histeria.
Ánimo, ya no queda casi nada. En el sprint final será Rajoy quien
eche hoy el resto con una sucesión de mítines en Teruel, Valencia y la
plaza de Colón de Madrid. Sánchez cerrará en Sevilla. Iglesias y Rivera,
en la capital de España. Luego, todo quedará pendiente de la
sobrecargada y ahíta voluntad popular. Entretanto, sabremos si los
británicos han decidido permanecer en la UE... O no.
JLT 24/06/2016
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