Un meteoro al final de la campaña. Los jugadores profesionales (las
casas de apuestas y los mercados financieros) se equivocaron una vez más
y la gente de más edad en Inglaterra y Gales dejó fuera de Europa a sus
propios jóvenes y a los otros reinos, Escocia e Irlanda del Norte. Las
repercusiones económicas y financieras han sido enormes. Y Mariano Rajoy
hubo de salir a la palestra de nuevo, más resignado ya que demudado, a
pedir calma y arrimar el ascua a su sardina electoral: cuidadín con lo
que votáis, que la cosa se ha puesto más que fea. En esa misma línea,
otros líderes de los partidos sistémicos, se lanzaron a prevenir al
electorado español contra los malvados populistas euroescépticos.
Mientras, Pablo Iglesias pedía «altura de miras» y que lo del brexit no
se utilizara electoralmente aquí, en la piel de toro. Como si esta
campaña, tan repleta de trucos y golpes de efecto, pudiera acabar sin
hacerse eco de semejante acontecimiento.
Pedro Sánchez puso el dedo en la llaga al señalar que el reférendum
fue convocado en Reino Unido por un primer ministro conservador que, en
realidad, estaba jugándose el liderazgo dentro de su propio partido. Los
ultraderechistas del UKIP andaban ayer de fiesta, claro. Pero la
consulta fue propuesta y organizada por el mismísimo establishment. ¿Es
entonces David Cameron un populista?
Albert Rivera, pensando en Cataluña, advirtió que estas consultas las
carga el diablo. Y es probable que el único político español que ayer
exhaló un suspiro de alivio, pese al desplome de la Bolsa y el subidón
de la prima de riesgo, fue Jorge Fernández Díaz. La espantada británica
desplaza la atención de la opinión pública hacia el futuro de Europa, y
deja en segundo plano la grabación de sus conversaciones con el director
de la Oficina Antifraude catalana. No hay mal que por bien no venga.
Por si acaso, el ministro del Interior en funciones mandó a sus policías
al diario Público, a por las cintas, los cedés, disquetes o pen drives
donde estuviese registrado el tema. Los colegas les dijeron que, si
querían el material, volviesen con una orden del juez. Ahí quedó todo.
De momento.
¿Qué repercusión tendrán sobre la intención de los votantes estos
sucesos que han trastornada la campaña justo en su recta final? Nadie lo
sabe. Más allá del morbo de los trackings y las postreras bravatas de
cada partido (todos pretenden ganar... o casi), existe una notable
aprensión ante lo que pueda suceder mañana. Los sondeos no inspiran
demasiada confianza (en la noche del jueves, las encuestas a pie de urna
daban por hecho que el Reino Unido iba a quedarse en Europa). ¿Y si al
final emerge voto oculto, voto incontrolado, voto movido por el miedo,
voto impulsado por la rabia?
Los analistas consideran que esta ha sido una campaña sin debates de
verdad, con demasiada mercadotecnia, en la que formación alguna ha hecho
de su programa un instrumento efectivo para convencer a la ciudadanía.
Aunque, claro, las respectivas y atractivas ofertas de partidos y
coaliciones difícilmente podrán soportar en el inmediato futuro su
confrontación con una realidad tan fluida, que cambia de un día para
otro de forma tan dramática como imprevisible.
Eso, por no hablar de los pactos y las cesiones mutuas que, se
supone, han de hacerlos posibles. ¿Facilitará el brexit un entendimiento
entre los partidos que se reconocen entre sí como constitucionalistas?
Misterio.
Los candidatos a presidir el hipotético futuro gobierno llegaron
extenuados a los mítines de cierre. Fue el último esfuerzo antes de
sumergirse hoy en esta absurda jornada de reflexión (¡pero si llevamos
año y medio reflexionando, votando y vuelta a reflexionar otra vez!).
Mañana será otro día.
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