En una cosa tiene razón Rajoy: los partidos están obligados a
definir con precisión su política de alianzas para después del 26-D. Él
lo dice para comprometer a Ciudadanos y al PSOE, claro. Pero en realidad
su exigencia es pertinente. Ya lo era antes del 20-D, cuando los
sondeos, clavasen o no los resultados, sí ponían sobre la mesa el hecho
indudable de que las mayorías absolutas se han acabado por mucho tiempo.
Decir que se sale a ganar, negar las evidencias demoscópicas o
pretender que hasta después de la cita con las urnas no cabe suponer
nada fue y es una chorrada.
Metidos en harina, el PP solo
acepta... mantener la política que lleva haciendo desde hace cuatro años
y medio. Rajoy aspira con algún fundamento a mejorar, siquiera sea
ligeramente, los resultados de diciembre, lo cual le permitiría
mantenerse en el machito. A los conservadores se les ve venir, lo mismo
que a Ciudadanos (dispuestos a doblarse como una buena bisagra) o a
Unidos Podemos (que mantiene su apuesta por un gobierno de izquierdas).
¿Y el PSOE?
Los socialistas están en un buen lío. Pedro Sánchez apenas puede aspirar a repetir resultados y evitar el sorpasso por parte de UP's. Ha dicho que no impedirá gobernar a quien más diputados agrupe
en torno suyo. Pero tampoco aceptará un ejecutivo conservador.
¿Entonces? Tras la jornada electoral todo dependerá de la combinatoria
resultante, claro. Pero si Albert Rivera (que ya no pone como
condición la retirada de Rajoy) llega a un acuerdo con el PP para crear
un frente antipodemista, ¿qué hará el líder socialista? Y todavía cabe
una incógnita superior: ¿seguirá siendo el líder si el 26-J se le tuerce, aunque sea un poco?
¿Qué pasará el día después? ¿Cómo lo superará un PSOE dividido entre el
Partido del Sur y el Partido del Norte (con Aragón a mitad de camino) y
desde el cual hoy se dice una cosa y mañana otra? El socialismo español
ha de ofrecer respuestas que, dadas por Susana Díaz o Emiliano García Page, suenan completamente diferentes a si proceden de Ximo Puig o Miquel Iceta. Podemos, en realidad, no hace sino agudizar la contradicción.
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