Estaba concebido como El Debate, el momento crucial de la
campaña. Pero es dudoso que tenga un efecto tan decisivo como se ha
venido suponiendo. No hubo ganadores ni perdedores claros. Tampoco se
resolvió una de las incógnitas fundamentales: la manera en que puede
pactarse un futuro gobierno de coalición, a la vista de que nadie puede
aspirar a la mayoría absoluta.
FALTÓ ESPONTANEIDAD
Rajoy hizo bandera de esos dos millones de puestos de trabajo que,
asegura, pueden crearse en los próximos cuatro años. Sánchez lamentó mil
veces el bloqueo "de los extremos" que le impidió ser investido
presidente en febrero. Rivera se expresó con singular resolución
obligado por su necesidad de romper los pronósticos que le mantienen en
la cuarta posición, a distancia de los demás. Iglesias, muy contenido y
suave, ofreció una y otra vez su alianza al candidato socialista y se
lamentó ("¡'Pedro, no. yo no soy el adversario!") cuando este le atacaba
sin compasión. Pero ahora todavía quedan once días de campaña y los
efectos de lo sucedido ayer por la noche pueden diluirse. Sobre todo
porque ninguno de los participantes dijo nada nuevo ni se sacó de la
manga sorpresa alguna. Polemizaron sin darse demasiado cuartel (salvo la
evidente tregua que mantuvieron el del PSOE y el de Ciudadanos). Sin
embargo llegaron al plató de la Academía de la Televisión muy ensayados
pero con unos argumentarios agotados tras más de un año de constantes
citas con las urnas.
En realidad, el acto venía tan negociado y sujeto a tantas
condiciones (muchas de ellas impuestas por el PP), que su formato
resultó muy rígido, sobre todo al principio. Luego, paulatinamente, las
cuatro candidatos se fueron calentando, intercalando a veces duras
alusiones a sus contrarios. El escenario, como pasó en diciembre, fue
frío, casi gélido, con los consabidos tonos blanco, gris y negro. Faltó
espontaneidad, sin duda. Y demasiadas cuestiones, que iban saliendo a
relucir en las sucesivas intervenciones, se quedaron colgadas sin la
explicación o el desarrollo que merecían. Faltó espontaneidad. Sin duda.
El encuentro se articuló sobre varios enfrentamientos cruzados
perfectamente lógicos. Todos dispararon sus dardos retóricos sobre
Rajoy, que demostró haber entrenado el aguante aunque un par de veces la
perplejidad se reflejó en su rostro. Sánchez iba a por él, intentando
poner en escena el recuerdo del bipartidismo. Pero el candidato del PSOE
también mantuvo en paralelo un duelo con Iglesias. Lo mismo que Rivera,
cuyas ganas de pelea eran evidentes. El de Unidos Podemos se atuvo con
inmensa diciplina a su guión: calma, intervenciones breves y precisas
(fue el que menos tiempo consumió) y estilo de estadista. No le sacaron de quicio, y las primeras encuestas le daban por ganador.
ECONOMÍA Y OTROS RETOS
La economía fue el tema central. Pero ya en la víspera el debate en
La Sexta (con Guindos, Sevilla, Garzón y Garicano) había dejado la
extraña sensación de que nadie tiene una alternativa coherente ni
factible, porque a la presión exterior de Bruselas (que lleva tiempo
exigiendo recortes inmediato) se unen las dificultades para cuadrar
cuentas sea por la vía liberal, bajando impuestos e incentivando a las empresas con nuevas deducciones, sea por la vía socialdemócrata, incrementando la presión fiscal y el gasto público.
Ningún partido ofrece en esta campaña fórmulas de fácil aplicación.
Los aspirantes a presidir el gobierno tampoco lograron transmitir una
imagen clara de su modelo económico. ¿Cómo cabe bajar los impuestos y al
mismo tiempo ajustar el déficit como exige Bruselas? ¿De qué manera se
podría incrementar la inversión pública de forma sustancial sin hundir
el país, que ya arrastra una deuda enorme?
¿QUIÉN PACTARÁ CON QUIÉN?
Para el PSOE, que tiene en esta campaña su mayor desafío electoral
desde la Transición, ninguna cuestión más problemática que la de los
pactos poselectorales. En un habilidoso gambito tras el 20-D, Sánchez ya
se zafó del gran dilema (o con el PP... o con Podemos), pero su histórico
acuerdo con Ciudadanos, un amistoso arreglo entre centristas, quedó en
evidencia porque los números lo condenaban a la inoperancia. Ahora...
¿qué pueden hacer los socialistas, atrapados en una encrucijada parecida
o peor? Sánchez eludió la cuestión. Rajoy e Iglesias se expresaron con
total claridad. Rivera, hasta cierto punto.
El despliegue realizado ayer por las televisiones (todas las
generalistas salvo La Cuatro retransmitieron el encuentro) abonaría la
vocación decisiva del debate a cuatro. Pero tal vez no sea para tanto.
La campaña sigue. La presión sobre los indecisos continuará once días
más. La determinación de quienes tienen el voto decidido (y más si se
mantienen en idéntica posición al 20-D) no se tambaleará por lo que ayer
hicieron o dejaron de hacer sus respectivos líderes.
El impacto de este evento ha de diluirse necesariamente en el enorme
magma comunicativo que entrecruza los mensajes de los medios
convencionales con el enorme ruido de fondo de las redes sociales. Lo
prueba el peso que los gestores de dichas redes están adquiriendo en los
equipos técnicos de los partidos. O las amplias repercusiones de
fenómenos virales, como el duelo sostenido ayer mismo por el conservador
Maroto y el podemista Errejón a propósito de la matanza homófoba de
Orlando, o el barullo que tuvo lugar la semana pasada cuando Casado, el
dirigente del PP, subió a Twitter un vídeo sobre Venezuela que en
realidad había sido registrado en la República del Congo.
En cualquier caso ya pasó el debate. La vida sigue. Antes del 26-J
todavía ha de producirse otro momento muy relevante: el referendo
británico sobre la UE. Mientras tanto, está por ver si el complicado
tema de las alianzas poselectorales se aclara algo más, o no. Rajoy lo
tiene claro, Iglesias también, Rivera casi... ¿Y Sánchez?
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