martes, 14 de junio de 2016

Ni hubo sorpresas ni se dieron cuartel 20160614

Estaba concebido como El Debate, el momento crucial de la campaña. Pero es dudoso que tenga un efecto tan decisivo como se ha venido suponiendo. No hubo ganadores ni perdedores claros. Tampoco se resolvió una de las incógnitas fundamentales: la manera en que puede pactarse un futuro gobierno de coalición, a la vista de que nadie puede aspirar a la mayoría absoluta.

FALTÓ ESPONTANEIDAD

Rajoy hizo bandera de esos dos millones de puestos de trabajo que, asegura, pueden crearse en los próximos cuatro años. Sánchez lamentó mil veces el bloqueo "de los extremos" que le impidió ser investido presidente en febrero. Rivera se expresó con singular resolución obligado por su necesidad de romper los pronósticos que le mantienen en la cuarta posición, a distancia de los demás. Iglesias, muy contenido y suave, ofreció una y otra vez su alianza al candidato socialista y se lamentó ("¡'Pedro, no. yo no soy el adversario!") cuando este le atacaba sin compasión. Pero ahora todavía quedan once días de campaña y los efectos de lo sucedido ayer por la noche pueden diluirse. Sobre todo porque ninguno de los participantes dijo nada nuevo ni se sacó de la manga sorpresa alguna. Polemizaron sin darse demasiado cuartel (salvo la evidente tregua que mantuvieron el del PSOE y el de Ciudadanos). Sin embargo llegaron al plató de la Academía de la Televisión muy ensayados pero con unos argumentarios agotados tras más de un año de constantes citas con las urnas.

En realidad, el acto venía tan negociado y sujeto a tantas condiciones (muchas de ellas impuestas por el PP), que su formato resultó muy rígido, sobre todo al principio. Luego, paulatinamente, las cuatro candidatos se fueron calentando, intercalando a veces duras alusiones a sus contrarios. El escenario, como pasó en diciembre, fue frío, casi gélido, con los consabidos tonos blanco, gris y negro. Faltó espontaneidad, sin duda. Y demasiadas cuestiones, que iban saliendo a relucir en las sucesivas intervenciones, se quedaron colgadas sin la explicación o el desarrollo que merecían. Faltó espontaneidad. Sin duda.

El encuentro se articuló sobre varios enfrentamientos cruzados perfectamente lógicos. Todos dispararon sus dardos retóricos sobre Rajoy, que demostró haber entrenado el aguante aunque un par de veces la perplejidad se reflejó en su rostro. Sánchez iba a por él, intentando poner en escena el recuerdo del bipartidismo. Pero el candidato del PSOE también mantuvo en paralelo un duelo con Iglesias. Lo mismo que Rivera, cuyas ganas de pelea eran evidentes. El de Unidos Podemos se atuvo con inmensa diciplina a su guión: calma, intervenciones breves y precisas (fue el que menos tiempo consumió) y estilo de estadista. No le sacaron de quicio, y las primeras encuestas le daban por ganador.

ECONOMÍA Y OTROS RETOS

La economía fue el tema central. Pero ya en la víspera el debate en La Sexta (con Guindos, Sevilla, Garzón y Garicano) había dejado la extraña sensación de que nadie tiene una alternativa coherente ni factible, porque a la presión exterior de Bruselas (que lleva tiempo exigiendo recortes inmediato) se unen las dificultades para cuadrar cuentas sea por la vía liberal, bajando impuestos e incentivando a las empresas con nuevas deducciones, sea por la vía socialdemócrata, incrementando la presión fiscal y el gasto público.

Ningún partido ofrece en esta campaña fórmulas de fácil aplicación. Los aspirantes a presidir el gobierno tampoco lograron transmitir una imagen clara de su modelo económico. ¿Cómo cabe bajar los impuestos y al mismo tiempo ajustar el déficit como exige Bruselas? ¿De qué manera se podría incrementar la inversión pública de forma sustancial sin hundir el país, que ya arrastra una deuda enorme?

¿QUIÉN PACTARÁ CON QUIÉN?

Para el PSOE, que tiene en esta campaña su mayor desafío electoral desde la Transición, ninguna cuestión más problemática que la de los pactos poselectorales. En un habilidoso gambito tras el 20-D, Sánchez ya se zafó del gran dilema (o con el PP... o con Podemos), pero su histórico acuerdo con Ciudadanos, un amistoso arreglo entre centristas, quedó en evidencia porque los números lo condenaban a la inoperancia. Ahora... ¿qué pueden hacer los socialistas, atrapados en una encrucijada parecida o peor? Sánchez eludió la cuestión. Rajoy e Iglesias se expresaron con total claridad. Rivera, hasta cierto punto.

El despliegue realizado ayer por las televisiones (todas las generalistas salvo La Cuatro retransmitieron el encuentro) abonaría la vocación decisiva del debate a cuatro. Pero tal vez no sea para tanto. La campaña sigue. La presión sobre los indecisos continuará once días más. La determinación de quienes tienen el voto decidido (y más si se mantienen en idéntica posición al 20-D) no se tambaleará por lo que ayer hicieron o dejaron de hacer sus respectivos líderes.

El impacto de este evento ha de diluirse necesariamente en el enorme magma comunicativo que entrecruza los mensajes de los medios convencionales con el enorme ruido de fondo de las redes sociales. Lo prueba el peso que los gestores de dichas redes están adquiriendo en los equipos técnicos de los partidos. O las amplias repercusiones de fenómenos virales, como el duelo sostenido ayer mismo por el conservador Maroto y el podemista Errejón a propósito de la matanza homófoba de Orlando, o el barullo que tuvo lugar la semana pasada cuando Casado, el dirigente del PP, subió a Twitter un vídeo sobre Venezuela que en realidad había sido registrado en la República del Congo.

En cualquier caso ya pasó el debate. La vida sigue. Antes del 26-J todavía ha de producirse otro momento muy relevante: el referendo británico sobre la UE. Mientras tanto, está por ver si el complicado tema de las alianzas poselectorales se aclara algo más, o no. Rajoy lo tiene claro, Iglesias también, Rivera casi... ¿Y Sánchez?

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