Al final de la noche, Mariano Rajoy estaba exultante. Como todos en
el cuartel general de Génova. El PP recupera catorce escaños en el
Congreso de los Diputados y más de cuatro puntos en porcentaje de voto.
Lo más parecido a una victoria, si no fuese porque sigue necesitando el
apoyo de otras fuerzas políticas para conseguir investir al presidente
del futuro gobierno. Las miradas se vuelven una vez más hacia el PSOE,
donde Pedro Sánchez evitó el sorpasso por parte de Unidos Podemos,
aunque se dejó por el camino cuatro asientos en el Hemiciclo. Con los de
Pablo Iglesias bloqueados y sin obtener mayor rendimiento de su
coalición con Izquierda Unida, el centroderecha ganaba terreno al
centroizquierda, sin llegar a romper del todo el equilibrio por el
retroceso de Ciudadanos, muy castigado por la ley electoral.
Rajoy necesita a Sánchez
Al
final de una noche de nervios, en la que las encuestas a pie de urna
fallaron como nunca, todo seguía parecido, aunque no igual. Rajoy, por
supuesto, se consolida como líder indiscutible del PP. Más complicado lo
tiene Sánchez en el PSOE, salvo por dos circunstancias: que ha
mantenido a su partido como segunda fuerza, y que su principal rival, la
andaluza Susana Díaz, ha perdido la batalla de Andalucía frente al PP,
que le arrebató dos diputados. El dilema del secretario general
socialista vuelve a ser el del 20-D, y se refiere a la política de
pactos. Es improbable que Ciudadanos se muestre ahora tan accesible como
entonces, y el cambio progresista que pudiera proponerle Unidos Podemos
necesitaría la complicidad de los nacionalistas catalanes. ¿Entonces? O
intenta otra jugada a tres bandas que precisaría, como ya pasó, el
plácet del podemismo... O permite que el PP ejerza el derecho de
investidura que le otorgaría su condición de formación más votada.
La
gente de Iglesias se las prometían muy felices. Todo parecía fácil. Las
encuestas les llevaban en volandas... Pero a la hora de la verdad, las
rotundas victorias en Cataluña y el País -Vasco no pueden disimular el
hecho de que en otras comunidades la euforia se cortó en el último
momento, en el decisivo: el del recuento. Ni siquiera funcionó la suma
de los anteriores votos de Podemos con los de Izquierda Unida. La
coalición no funcionó como factor movilizador.
Tampoco fue la
noche de Albert Rivera. Quiso ocupar el centro y convertirlo en un
bastión de Ciudadanos. Pero ayer comprobó que el centro nunca es
suficiente. Obtuvo un porcentaje de votos similar al de diciembre, pero
la ley D’Hont le jugó una mala pasada. Ocho escaños menos en el Congreso
casi parecen una derrota. Ha quedado claro que su partido y el PSOE no
han rentabilizado en absoluto el ineficaz pacto que suscribieron en
febrero.
Pactos en el aire
Como en cada noche electoral
tocaba sacar pecho o al menos encajar el golpe. Uno a uno, los líderes
salieron a la palestra. Ninguno de ellos mostró intención clara de
revisar y modificar la política de pactos que ya mantuvieron a partir
del 20-D. No es verosímil que puedan sostener tal actitud de aquí a los
próximos días.
Mariano Rajoy, por supuesto, se sentía anoche tan
ganador que no cabía suponer rectificación alguna en su estrategia de
«yo soy el primero, y se acabó». Salió con todos los suyos al balcón de
Génova entre gritos de ¡Presidente!, ¡Presidente! y ¡Sí se puede!. Iba
como una moto. O estaba muy emocionado o venía de festejar el triunfo.
Antes, Sánchez y Rivera le habían felicitado telefónicamente por su
victoria, detalle que tal vez pudiese ser interpretado como un
reconocimiento de algo.
Por su parte, el líder del PSOE habló
lleno de rabia y orgullo por haber dejado atrás a Podemos. Es evidente
que para los socialistas no había otro objetivo que parar el famoso
sorpasso. El hecho de que el PP les hubiese dejado a cincuenta y dos
escaños de distancia quedaba en segundo plano.
Iglesias hubo de
reconocer que esperaba mucho más. Sin autocrítica. Aseguró que seguirá
adelante, con los mismos objetivos. Rivera se mantuvo en la misma línea y
reclamó el cambio de la ley electoral.
Ahora viene lo más difícil: alcanzar algún acuerdo.
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