¿De qué se habla el día después del debate? Pues del debate, por supuesto. Según una teoría, es posible
darle la vuelta al resultado de un cara a cara (sea a dos o a cuatro)
movilizando durante las veinticuatro horas siguientes opiniones que
apuntalen la victoria o derrota de quienes han intervenido en él. De ahí
que los cuatro partidos involucrados en el juego se pasaran el día de
ayer proclamando ganadores a sus correspondientes candidatos. Cabe la
duda de si sus interesadas valoraciones se sobrepondrán a la opinión en
red de las más de diez millones de espectadores (once millones en el
minuto de oro) que vieron total o parcialmente el encuentro. En
todo caso, tras la noche del lunes la campaña ha tomado un
cariz diferente. Ahora se asemeja a una pelea por parejas, en la
que PSOE y Ciudadanos, unidos por su acuerdo de enero y su voluntad de
reivindicar y ensanchar el centro político, se
abalanzan, respectivamente, contra Unidos Podemos y el PP. De
repente, Pedro Sánchez y Albert Rivera intercambian argumentos.
El primero proclama la necesidad de un cambio razonable llevado a cabo
por partidos serios y fiables. El segundo acusa a Mariano Rajoy y a
Pablo Iglesias de articular... la tan manida pinza «desde los extremos».
EL CENTRO NO ES SUFICIENTE
PSOE y Ciudadanos tienen un problema bastante obvio: el centro es un lugar mucho menos amplio de lo que parece. Por eso ambos partidos no sumaron para investir presidente en febrero y seguirán sin sumar tras el 26-J, a tenor de lo que avanzan todas las encuestas. Ahí radica el drama. En un mitin celebrado ayer en Gijón, con Sánchez como protagonista, el presidente de Asturias y líder socialista en dicha comunidad, Javier Fernández, agitó el lema antifascista «¡No pasarán!»... pero dirigiéndolo contra el podemismo. A su vez, en Salamanca, Rivera descartó definitivamente la posibilidad de ir a un ejecutivo de cambio si Rajoy hubiera de presidirlo. Se trata de ampliar el espacio central, de expandirse a izquierda y derecha, de romper las fronteras de un territorio sobrevalorado por algunos analistas, y donde se sueña con una democracia tranquila, difícil de sostener en estos tiempos de vertiginosas transformaciones, crisis, desigualdad y descrédito de las instituciones.
HAY QUE SEGUIR LAS REGLAS
Naturalmente, PSOE y Ciudadanos quieren frenar la polarización de la
campaña. Rivera y su equipo son quizás más conscientes que Sánchez y el
suyo de que el centro no vale gran cosa cuando se han perdido las
alas. El problema actual de ambos líderes es que aquel no ha
logrado penetrar en la derecha, donde el PP sigue dominando gracias a
la fidelidad de sus votantes, y este otro ha perdido buena parte de la
izquierda, empujado por Unidos Podemos. Si no rompen el cerco, si no
ganan terreno convenciendo a los indecisos, lo tienen regular.
Rajoy, por su parte, tan tranquilo. Si en el debate fue capaz de
colar no pocas falsedades (empezando por su negación del sistema de
pensiones chino, que sí existe) mientras exigía a los demás «venir
aprendidos», luego se ha mantenido aferrado a sus éxitos en la gestión
económica. En Roquetas de Mar (Almería) hizo del optimismo una
imprescindible virtud ciudadana. Antes, su habitual portavoz
parlamentario, Rafael Hernando, se puso en plan gracioso (¡qué cosas!)
y llamó «zombi» a Sánchez, «Heidi con coleta» a Iglesias y «veleta » a
Rivera. No se río nadie. Quienes viven en Jauja son los podemistas.
Íñigo Errejón, su jefe de campaña, lanzó ayer a las redes un vídeo en el
que se felicitaba por lo bien que su número uno, Iglesias, había
seguido durante el famoso debate las reglas acordadas en la preparación
del mismo: ante todo, mucha calma. Y lo que queda todavía.
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