Parte de la fiesta zaragozana ha discurrido estos días sobre raíles. La utilización del tranvía ha batido récords, la empresa que explota el servicio ve próximo el momento en que éste será plenamente rentable y se calculan en cuarenta millones los usuarios anuales una vez que el trayecto Norte-Sur esté acabado. A caballo de la euforia tranviario-pilarista se hacen planes para ir a por la segunda línea (Este-Oeste). Así han quedado las cosas, dicho sea con el máximo respeto hacia los vehementes enemigos de esta renacida plataforma de transporte.
Estamos inmersos todavía en una polémica surrealista, porque no parece ni medio lógico que en una ciudad donde el tranvía funcionó perfectamente durante decenios su recuperación haya despertado tanta inquina. Tengo dicho que esa radical oposición se fundamenta en los mismos criterios automovilísticos que impusieron en los años Setenta el levantamiento de los raíles. Aquel golpe a la movilidad sostenible perjudicó a la ciudad en lo urbanístico y en lo económico. Pero muchos lo tuvieron por un signo de progreso, y el equívoco dura hasta hoy.
Habrá que pedir disculpas a quienes aborrecen el tranvía. No se ha cumplido ni uno sólo de sus temibles vaticinios. No han acontecido desastres ni catástrofes ni ruinas ni nada. La inversión en la línea Norte-Sur no computa en la deuda municipal, la empresa mixta concesionaria funciona perfectamente, la utilización de unidades fabricadas por CAF genera empleo (del de verdad) en la misma Zaragoza y los inconvenientes parecen subsanables.
Lo curioso es que sólo unos pocos de los antitranvía han hecho hincapié en el aspecto menos guapo de la cuestión: el acabado de las obras ya ejecutadas en el eje Gran Vía-Fernando El Católico. Incluso habituados como estamos a las chapuzas, es de nota la pésima colocación de las losas que pavimentan aceras y andadores, el demencial ajardinamiento, el uso de materiales perfectamente inadecuados y seguramente el deficiente tendido de los propios raíles que transmiten en exceso la vibración producida por el paso de los coches. Pero de todo esto, queridos amigos, no tiene culpa el tranvía. ¿Verdad?
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/lunes 17.10. 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario