El río Matarraña, con un sistema de regulación en tránsito (sin bombeos ni mayores barbaridades) y una gestión pactada que puso punto final a las guerras por el agua, ha dado riego en plena sequía, ha seguido fluyendo por su cauce y apenas ha reducido sus reservas en unos tres hectómetros cúbicos. En la zona, el melocotón se ha vendido sin problemas, emergen nuevos cultivos de mimo (la granada, que se exporta a la Península Arábiga), la ganadería funciona gracias al matadero comarcal, la producción artesanal de alimentos gana terreno y la hostelería va cada vez mejor gracias a una oferta de calidad que ha dado un apreciable salto cualitativo y cuantitativo. Las viejas fábricas de papel se convierten en hoteles con encanto, los restaurantes se ponen al día, aquí y allá las viejas casas son rehabilitadas para convertirse en segundas residencias. El otoño ha llegado, hermoso y dorado, aunque apenas hay setas. He aquí un buen ejemplo de comarca bien administrada en la cual las inversiones públicas (ínfimas si las comparamos con el cercano desmadre de Motorland) multiplican su efecto y la conciencia medioambiental produce beneficios directos (económicos, me refiero).
En Aragón no son habituales los modelos de economía rural que sí se dan en otras comunidades del resto de España y en Francia, Alemania o el norte de Italia. La integración de las actividades agropecuarias ecológicas con la elaboración de prestigiadas delicatessen, el turismo, la enogastronomía, la rehabilitación de viviendas y el disfrute de la naturaleza componen en la Europa más avanzada un entramado sostenible, resistente a las crisis, rentable y capaz de dar soporte a desarrollos sociales y demográficos.
Todo esto necesita nuevos criterios (por ejemplo, acabar con el artificial enfrentamiento entre los intereses agrarios y las propuestas ecologistas) y una creatividad empresarial combinada con el ponderado y correcto apoyo de las instituciones. Ahí está el futuro. No en ser el primer productor europeo de transgénicos (dudoso honor del que presume Aragón) y en destrozar pueblos y parajes con macrourbanizaciones, cementeras... o pantanos.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/sábado 29.10.2011
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