Muchos nos preguntamos qué será de la izquierda tras el 20-N. Y esta incógnita no sólo debe interesar a quienes ejercen de progresistas. Porque si se produce (como se va a producir) un desequilibrio total en la correlación de las fuerzas políticas, la democracia se resentirá. Ya ocurrió en otros momentos y en diversos espacios. La aplastante victoria del PP está cantada y no hay actualmente ninguna proyección demoscópica (sea de los medios o de los propios partidos y coaliciones) que no otorgue a los conservadores una amplia mayoría absoluta. Es más, la voluntad del electorado se ha fijado de tal manera que resulta imposible imaginar un vuelco de última hora.
El PSOE está a punto de sumergirse en la depresión. Los tremendos errores tácticos de Zapatero se combinan con la impotencia teórica y práctica de un partido esclerotizado, incapaz de mirar hacia el exterior y obsesionado por los arreglos internos entre facciones, familias y grupos de presión. A la izquierda de la devaluada socialdemocracia no cesan de producirse movimientos y de recomponerse las alianzas entre viejos y nuevos proyectos. El pacto electoral de CHA e IU suscrito en Aragón debiera ser un precedente a seguir, porque estos tiempos exigen propuestas unitaristas y renovadoras. La aproximación entre la izquierda política y sindical y el quincemayismo es otra necesidad evidente. Más aún: todo el complejo progresista (socialistas incluidos) tendría que estar abriendo líneas de contacto y acercando posiciones para afrontar un futuro que va a caracterizarse por la amplitud y contundencia del tsunami conservador.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/lunes 24.10. 2011
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