Crear puestos de trabajo es en estos tiempos una coartada perfecta para vender cualquier proyecto por absurdo, perjudicial o perverso que sea. Bases del dispositivo antimisiles de la OTAN, centrales nucleares, industrias contaminantes, instalaciones impactantes... todo cuela en nombre del empleo. No importa que dicho empleo sea escaso, dudoso o de quita y pon. La supuesta creación de riqueza es en sí misma un argumento definitivo y quienes manejan el cotarro económico (y político) lo saben. Los ministros cuentan y no acaban del dinero que correrá por Rota cuando vuelvan los norteamericanos. Los promotores de la mina a cielo abierto de Borobia (desaguisado que acabará por llevarse a cabo para desgracia de los ríos que nacen en la zona) hacen lo propio. Y la gente traga, claro. Con cuatro millones y pico de parados, cómo no ha de tragar.
Introducir negocios dudosos mediante coartadas sociales no es cosa nueva. La especulación inmobiliaria y el desastre urbanístico (véase lo sucedido en Zaragoza) cogieron velocidad de crucero usando como combustible las viviendas de protección oficial. Por supuesto, las VPOs eran y son necesarias, imprescindibles. Y fue precisamente el frenazo que sufrió su construcción a mediados de los Noventa, lo que después las convirtió en objeto de deseo, les dio un inapropiado marchamo social (¡pero si su precio equivale a veinte años de salario mínimo interprofesional!) y las convirtió en la perfecta vaselina para colar cualquier recalificación a la medida de los señores del suelo.
Ahora el fácil recurso son los puestos de trabajo porque también escasean. En su nombre se puede destruir el Pirineo, poner cementeras en los lugares menos adecuados, clavarle a Pina una factoría para reciclar plomo, enterrar enormes cantidades de dinero público en proyectos demenciados, justificar cualquier barbaridad e incluso dar por buena las iniciativas de cualesquiera emprendedores aunque vengan desde los paraísos fiscales y su solvencia sea nula (sí, como con aquella meolnada de Gran Scala).
Deberíamos ser más cautos, más analíticos. El empleo, si no es digno, no es empleo; es otra cosa.
J. L. Trasobares/El Periódico de Aragón/jueves 13.10.2011
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