Leí un artículo del economista Luis Garicano (una de las voces liberales
más escuchadas) en el que arremetía contra los excesos de regulación
que, según él, atenazan a la economía española. Partía de un ejemplo
curioso: el supuesto convenio colectivo de una empresa del sector de la
información que prohibía a sus redactores ejercer funciones
correspondientes a fotógrafos o cámaras. Un contradiós en estos tiempos
de multimedia digital. ¿Cómo va a funcionar España si todo está tan
reglamentado? ¿Cómo se buscarán la vida los emprendedores en esta jungla
de normas, condiciones, licencias y permisos?
Estos argumentos
tienen éxito, sobre todo cuando los dice alguien con autoridad que
además se apoya en extrapolaciones llamativas. Pero en este caso resulta
muy dudoso no solo el planteamiento básico sino la extrapolación.
Tengan ustedes por seguro que si en España queda todavía algún diario
que mantenga la estricta división de trabajo entre escribidores y
proveedores de imagen será la excepción, no la regla. Eso es cosa del
pasado y en todo caso jamás se aplicó a rajatabla. Otra cosa es que las
empresas de cierta categoría dispongan de profesionales expertos en
diferentes actividades informativas y cada uno haga lo que sabe hacer
para hacerlo bien. Mas la onda que llega es la contraria: convertir al
periodista en una especie de individuo orquesta que graba, filma,
fotografía, escribe textos y hace todo tipo de maravillas por un sueldo
miserable.
Pero la cuestión llega más lejos. No dudo de que las
administraciones españolas forman un entramado demasiado complejo y en
ocasiones paralizante. La burocracia puede causar estragos y de
hecho los causa. Aunque explíquenme vuesas mercedes qué sería esto si no
existieran normas y controles para garantizar al público que un
emprendedor demasiado entusiasta no cree situaciones molestas o
peligrosas para los demás, explote a sus empleados, utilice
profesionales sin cualificar, dañe el medio ambiente, engañe a sus
clientes, incumpla sus obligaciones fiscales o realice prácticas
ilegales.
Y es que muchos argumentos liberales son a menudo simplistas y a veces evidentemente falsos.
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