Los zaragozanos están acojonadicos con la mosca negra. El agresivo
díptero ha dejado las riberas del Ebro para internarse por el resto de
la ciudad, donde muerde con saña. Las farmacias no dan a basto
despachando pomadas y pastillas, corticoides, antihistamínicos y
remedios contra el picor.
Científicos, ecologistas y cualquier
persona con sentido común se están haciendo a la idea de lo que pasa. La
mosca negra, ciertamente, es un bicho muy borde capaz de colonizar
nuevos territorios y hacerse fuerte en ellos. En el Ebro hay ya de todo:
siluros, mejillones cebra, caracoles chinos, cangrejos americanos,
mosquitos tigre... Pero, claro, si además de eso creamos en medio de
Zaragoza un megacharco de aguas quietas y bien cargaditas de nitratos,
si la vegetación acuática crece como nunca y los pececitos no pueden
vivir por falta de oxígeno, pues parece normal que los peores insectos
disfruten allí de la buena vida, nazcan, crezcan, se reproduzcan y
mueran, dejando por el camino un rastro de ronchas, ayes y visitas a los
servicios de urgencia.
Es verdad que este año no hubo que dragar
el río y los famosos ebrobuses van y vienen mejor que nunca. Pero eso
ha sido así no porque se haya cumplido ninguna profecía del alcalde Belloch y su consejero Blasco, sino porque no hubo crecida, la corriente apenas se aceleró y por lo tanto no hubo arrastre de gravas ni efecto Venturi
ni ninguno de esos fenómenos tan molestos. A cambio, la mosca negra
encontró un cado fenomenal justo en medio del lugar donde se aglomeran
setecientas mil víctimas potenciales de sus picotazos. A huevo.
Vayan ustedes al Puente de Piedra y contemplen cómo las plantas
acuáticas se extienden por la superficie del Ebro. Son ya tan tupidas
que aprisionan cualquier cosa que traigan perezosamente las aguas
retenidas. Por ese absurdo charco sucio navegan los ebrobuses que nos
dejó la Expo como recuerdo. ¿Sostenibilidad, dicen ustedes? Sí, ése fue
el lema del 2008. Desde entonces nos hemos esforzado mucho para sostener
los barquitos y la mosca negra. Bateaux mouches, oye, como en París.
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