La crisis se está llenando de leyendas. Según algunos relatos, se nos expulsó del Paraíso de la abundancia porque todos estiramos el brazo más que la manga, todos gastamos más de lo que ganábamos, todos quisimos vivir a la sopa boba sangrando al Estado, todos especulamos... Y ese todos
se convierte en un ente definitivamente colectivo cuando se señala al
gasto público (y por tanto la deuda pública) como causante esencial del
desastre. A partir de ahí emergen los malditismos al uso: malditos
políticos, malditas autonomías, malditas cajas de ahorro, malditos
funcionarios... malditos pensionistas, inmigrantes, pobres de
solemnidad, discapacitados, profesores, médicos, investigadores, mineros
y asalariados en general. Un clamor que les cuadra muy bien a los
reaccionarios pero no encaja en la realidad.
Los datos indican
que no todos hemos sido culpables de esta crisis. Y si es cierto que
hubo (y hay) políticos manirrotos, corruptos o simplemente estúpidos, ni
siquiera es ése el problema principal. España arrastra una deuda
privada muy superior a la de naturaleza pública (otra cosa es que las
pérdidas del sector privado se estén trasladando al público a toda
velocidad), y son los bancos (no sólo las cajas) los que deben lo que no
está en los escritos por culpa de la maldita burbuja inmobiliaria.
Este mismo lunes, cuando aparecieron las últimas cifras referidas a la
morosidad que sufre el sistema financiero, pudo comprobarse de qué va la
fiesta. Los fallidos están en el 8,72%, vale. Pero, ojo, de 642.602
millones comprometido en hipotecas a particulares, la mora sólo llega al
3.07%, 19.938 millones. Mientras, los impagados de promotores y
constructores son del 22,8% sobre un débito total de 295.696 millones, o
sea 67.421 millones. Curioso, ¿verdad? Resulta que quienes se
entramparon para comprarse un piso donde vivir aguantan muchísimo mejor
que quienes estaban en el negocio del suelo y el ladrillo. No todos
somos iguales.
Por eso, dejémonos de cuentos y busquemos la
verdad. Hay culpables. Ya que nos han arruinado, al menos que no se nos
rían en la cara
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