La unidad de la derecha aragonesa ha hecho saltar por los aires la vieja táctica marceliniana según la cual era menester mantener vivo al PAR porque dividía el voto conservador y no solo sumaba pactando con el PSOE sino que restaba unas decenas de miles de votos al PP. Como ejercicio aritmético, la cosa estaba clarísima. Lo malo ha sido cuando los de Biel se han pasado a la otra acera (sin inmutarse ni darle más vueltas) y ahora trabajan para que Rajoy gane las elecciones por goleada.
La derecha española tiene la unidad en su código genético, en su tradición y en sus protocolos electorales. A veces saltan por aquí o por alla un PAR o una UPN que se rebotan, pero más temprano que tarde las viejas querencias funcionan, sobre todo cuando el éxito y sus dulces frutos están al caer.
El PSOE se reúne consigo mismo, y bastante tendrá con capear este temporal sin desvencijarse. Los socialistas pasan por sus horas más bajas y aún será peor cuando el PP se los coma crudos el 20-N. Pero uno de estos días quizás descubran que para recuperar el aliento deben mirar a su izquierda, olvidarse de los días gloriosos (que no volverán), buscar aliados naturales y regenerar su organización, su programa y su manera de entender la política.
Luego está la izquierda-izquierda, que en Aragón parece dispuesta a unirse por vez primera desde... bueno, por vez primera. CHA e IU van a negociar contrarreloj animados por la práctica totalidad de ese magma que solemos denominar la izquierda social. El resultado final, si todo les va bien y no se enredan en asuntos menores, podría ser una nueva marca electoral con vocación de continuidad y que, teniendo como eje la alianza entre Izquierda Unida y Chunta, sería mucho más que la suma de ambas formaciones. Con candidatos adecuados y un programa claro y rotundo podría convertirse en una corriente capaz de arrastrar a simpatizantes habituales, desencantados, cabreados, indecisos, obreros airados, ecologistas, quincemayistas y rojiverdes de toda condición.
La unidad ya no es una opción, es una obligación. La derecha lo sabe de toda la vida. La izquierda debería entenderlo... por una vez en la vida.
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