Léanse la información sobre el patrimonio de los diputados y senadores aragoneses. Ilustra sobre la situación económica de nuestros políticos, que es bastante normalita en general. Padres y madres de la patria son pura clase media, y desde luego no encajan en los clichés que se empeñan en describirles como una panda de ricachones podridos de pasta.
Los parlamentarios aragoneses suelen poseer su primera vivienda y algún apartamento en la Costa Dorada o alguna casa en el pueblo. Unos pocos conducen coches fardones o tienen a su nombre un pequeño local comercial o una finquita rústica. Sus ahorros no son llamativos: un modesto paquetito de acciones, un plazo fijo, un fondo de pensiones... Nada especial. Bueno, y además la mayoría arrastra la correspondiente hipoteca. O sea, igual que decenas de miles de ciudadanos.
La leyenda negra según la cual políticos o sindicalistas se están forrando proviene sobre todo de la derecha antisistema. La versión española del Tea Party dispone de terminales muy activos, cuyos mensajes simplificadores van calando en la gente más primaria. Es fácil montar el pollo porque este senador o aquel diputado tiene un patrimonio de cuatrocientos mil o quinientos mil euros (o sea, un piso en la ciudad y un apartamento en la playa más algún ahorro). o cuando un dirigente sindical se va de vacaciones a un crucero de a mil euros. Supuestos lujos que provocarían la carcajada de cualquier directivo (sobre todo si es del sector financiero) son descritos con fruición (y exageración) cuando de cargos electos o líderes sociales se trata. El objetivo último está claro: desprestigiar por extensión a una democracia que a su vez está perdiendo capacidad representativa.
Es bien cierto que los políticos muestran demasiadas veces su incompetencia, su falta de compromiso o su escasa empatía con quienes les han votado. Vale. También está el problema de la corrupción que se ha enquistado en las tripas del sistema. Pero no es cierto que quienes nos representan mejor o peor ganen sueldos escandalosos (aunque a veces no se los merezcan) ni que se estén forrando (salvo si roban, claro).
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