Todo empezó el pasado sábado. Hube de explicarle a un conocido que los profesores de ESO (y otros enseñantes) no trabajan dieciocho horas semanales, sino que ése es el tiempo que dedican a dar clases, pero luego deben preparar las ídem, corregir exámenes, organizar actividades extraescolares, hablar con los alumnos y sus padres, etcétera. Y hemos de tener por seguro que cuanto más se incremente su actividad en el aula menor será la calidad de su trabajo (y habrá más bajas por depresión).
En estos tiempos hay que precisarlo todo, explicarlo todo y matizarlo todo. El domingo le aclaré a un vecino que cuando se habla de que esta o aquella comunidad autónoma tiene un parque móvil de tres mil vehículos debemos entender que no todos esos semovientes son flamantes audis para uso de los señoritos sino que la flota incluye camiones de bomberos, coches de los distintos servicios, todoterrenos de los departamentos de agricultura o medio ambiente, ambulancias y patrulleros de las unidades policiales adscritas.
Ese mismo día, a la hora del café, un pariente lejano me manifestó su desconcierto al comprobar que durante la semana la prima de riesgo había subido otra vez a los trescientos pese a estar ya en marcha la reforma de la Constitución para agregarle lo del tope de endeudamiento. Bueno, le dije, ¿no pensarías que los grandes inversores iban a soltar su presa por una línea de más o de menos en la Carta Magna? ¡Estos no pararán hasta sacarnos las entretelas! Se quedó desolado, el pobre.
Y así con cada tema: el veraneo de Toxo (el de CCOO) en un resort de los de a mil euros los ocho días-siete noches (ya ven, qué lujo), la última larga cambiada judicial al caso Gürtel (toda la culpa, de Rubalcaba), el cocinero de Iglesias, el tranvía de Zaragoza... ¡Uuufff!
Y encima hube de ir aclarando que sí, que algunos funcionarios (de la enseñanza o de lo que sea) se escaquean como cualquier otro currante, que los jefes de la política se han pasado con los gastos de representación, que se ha despilfarrado dinero público, que es preciso replantearse la cosa pública... Un trabajo ímprobo, se lo juro. Disculpen el desahogo, pero estoy hasta los huevos de tanta burricie.
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