Pasó ya el tiempo de las bromas, cuando los jefes eran listísimos. Hay que pagar las verbenas del 2008, los edificios emblemáticos, los días de gloria, las alegrías inversoras y todo aquello que durante años infló nuestra autoestima y recibió (por cierto) el aplauso de las masas. Ahora hay que recuperar ingresos (recaudando, ¿cómo, si no?) y hay que reducir gastos, lo cual parece ser mucho más difícil. El Ayuntamiento de Zaragoza, la más pródiga institución aragonesa (aunque el de Teruel también se ha lucido lo suyo), tiene que subir otra vez tasas e impuestos para escándalo y cabreo del personal. El Gobierno de Aragón, semirrenovado tras el 22-M, ha lanzado por su parte 104 medidas con las cuales pretende ahorrar veintitantos millones de euros al año. Ahora bien, esa cifra es una elucubración, un acto de fe, pues los efectos del presunto plan no han sido cuantificados al detalle. Belloch sabe lo que se llevará (encendiendo, eso sí, los ánimos del vecindario); Rudi no tiene ni repajolera idea de lo que podrá economizar (aunque, a cambio, muchas de sus recetas provoquen la risa del personal bien informado).
El plan de ahorro del Pignatelli tiene dos ventajas: disimula la lenta entrada en calor del actual Ejecutivo y sugiere que debe poner orden en una especie de caos anterior, donde los altos y medios cargos se fundían la pasta en caprichos y los funcionarios de a pie pasaban el rato fotocopiándose la última novela de Ken Follet o hablando por teléfono con la parentela. En realidad, las famosas 104 medidas mezclan aspectos de detalle perfectamente procedentes pero que ya eran práctica habitual en los despachos y una serie de vagos deseos inconcretos e inevaluables. Lo de controlar más las subvenciones, por ejemplo, está muy bien. Pero... ¿Quiere eso decir (por poner un caso) que el Real Zaragoza ya no se llevará sus nueve kilates por temporada?
Rudi chocará enseguida con la realidad. Entonces descubrirá que tiene pocas salidas: o le da la vuelta a todo, o les mete mano sin compasión a los servicios públicos, o incrementa la recaudación. Jodido dilema. Que se lo pregunten al otrora tan ufano Belloch.
(Continuará)
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