Algunos espontáneos me imputan presuntas simpatías mías por el PSOE, lo cual debe causar perplejidad o risas... en el PSOE. Pero es evidente que en los círculos más conservadores todo lo que no sea celebrar el advenimiento al poder de las auténticas gentes de orden va a ser considerado alineamiento sociata, pecado mortal, traición a la patria, vicio político y perversión ideológica. ¡Qué calvario!
Lo cierto es que la derecha viene pisando fuerte. Derrocha seguridad en sí misma, osadía, decisión, impulso militante. Actúa desde una sola marca política y electoral, el PP. Y por encima de todo tiene un programa, maneja argumentario y se ha fijado objetivos claros; propugna un modelo diseñado a lo largo de más de dos décadas por intelectuales y expertos que se sumaron a la revolución conservadora porque allí había dinero y prestigio. El mundo actual obedece a las reglas de juego elaboradas por los centros de análisis neocón; aunque tales reglas hayan cristalizado en ámbitos tan curiosos como la China postmaoísta.
Frente a ese derroche de energía, el PSOE anda a tientas camino de los desiertos exteriores. El partido socialista está vacío, descolocado, superado por los acontecimientos. Dirigentes y cuadros van y vienen como zombis despistados, animados apenas por sus respectivos intereses personales. Sálvese quien pueda. ¿Programas?, ¿doctrina?, ¿respuestas?, ¿valores?, ¿alternativas? ¿líderes? Nada de nada, o casi nada. Los más optimistas dan por perdida la actual apuesta y confían en un retorno dentro de ocho años.
En Aragón qué decir. Ha reaparecido Eva Almunia en las páginas del Heraldo. Vuelve dispuesta a ser el faro de la muy leal oposición a Rudi. Eso sí, quiere tiempo, quiere calma, reflexión, equilibrio, protocolo y mucha corrección. Eva es la viva imagen de la derrota amable como Belloch es el genuino espíritu de la victoria pírrica. Aquella vive en una burbuja de gas-sonrisa; este pugna sin éxito posible contra la imagen que la Zaragoza reaccionaria le ha construido a golpe de rumor y disparate, y que él ha ratificado con sus ocurrencias y empeños.
Como hojas en el vendaval.
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