Es cierto: un comentarista de la actualidad que se precie no debe
cabrearse ni aunque el termómetro marque cuarenta y tantos grados. Es
poco profesional. Así que disculpen el arranque de ayer. A cambio, hoy
estaré de dulce.
Y eso que pienso hablar de dinero. Es un tema
feo e incluso grosero... pero resulta insoslayable. Además, si para
entrarle al asunto tomo como referencia a dos personajes tan ilustres
como nuestro presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y nuestro ministro de Economía, Cristobal Montoro,
no creo que nadie pueda mosquearse. Por otro lado, corre un cierzo
maravilloso. Dicen que durará muy poco y luego tornaremos a hornearnos
en la consabida cocción larga. Pero eso será mañana. Disfrutemos el presente.
A Rajoy se le ha visto muy enérgico y muy propio hablando en Bruselas
del mogollón éste de los griegos. Nuestro gran líder lo ha explicado
bien clarito: si quieren comprensión, que hagan los deberes, como
nosotros. Sabe de qué habla don Mariano. Desde el inicio de su mandato,
aún no hace cuatro años, la deuda pública española se ha incrementado en
una cantidad muy similar a todo lo que deben Tsipras y los demás helenos. Pero ojo, que si el jefe de Syriza brega hoy con hipotecas que otros (los partidos buenos) echaron encima de su país... los últimos trescientos mil millones tomados por la deficitaria Hispania son cosa del Ejecutivo pepero, que tal vez envidiaba los logros al respecto del de Zapatero y se ha tirado largo a la hora de pedir prestado.
¿Quién y cómo hace los deberes? Si Rajoy lo tiene claro, Montoro no le
anda a la zaga. Viene el buen ministro advirtiendo al nuevo Gobierno
aragonés de que no va a tolerar más incumplimiento del déficit. Claro,
ha perdido la paciencia contemplando ejercicio tras ejercicio como lo
incumplía su amiga Rudi, y ya no aguanta más. Cargue pues Lambán
con el presupuesto que hereda, con los pagos y facturas pendientes, con
la deuda de la DGA (que ronda los seis mil millones), y cumpla y no se
haga el tonto.
¡Ah!, pero el consejero de Hacienda de Aragón es Fernando Gimeno. Calma, ministro, mucha calma.
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