Al final, sí habrá Apocalipsis. Quienes pensábamos que no, que Europa
no llegaría a semejante extremo (aunque fuese solo por mero interés),
estábamos equivocados. Ayer, Grecia fue humillada, los adalides de la ortodoxia
financiera disfrutaron de su momento de gloria, la fosa entre países
del Norte y del Sur se ahondó muchos kilómetros, la hegemonía de
Alemania se hinchó hasta límites monstruosos, la baja calidad
democrática de las instituciones brilló de manera deslumbrante... y Guindos, claro, perdió la jefatura del Eurogrupo ante la imparable competencia del holandés Dijsselbloem, que acababa de poner a Tsipras de rodillas.
Hace mucho que lo de Grecia dejó de ser un problema económico para
convertirse en una jugada política repleta de trampas y cargada de
apuestas desorbitadas. Desde Berlín a Madrid, la derecha quería humillar
a Syriza (si ceden, traidores a su programa; si resisten, locos
peligrosos) para impedir otras experiencias semejantes (Podemos ha
estado siempre en el pensamiento de los mandatarios y altos burócratas
que han manejado la crisis con mano de hierro). Doy por hecho que la
izquierda griega, que quiso sacar del trance a un país hundido sin
remedio, cometió errores (atrapada entre la obligación de luchar y la
imposibilidad de vencer). Pero el problema de fondo no radica ahí, sino
en la naturaleza inhumana de una Unión Europea que ya no es tal y que
acaba de darnos un patada en la cara a todos los europeístas. Bueno, dos
patadas; porque el tratado transatlántico llega ya para convertirnos en
súbditos de las grandes compañías globales.
Grecia, por supuesto, jamás pagará lo que debe, sobre todo porque a
partir de ahora va a deber mucho más. España tampoco está ni estará
jamás en condiciones de satisfacer nuestro billón (y mucho pico) de
euros de deuda, que también va a más porque seguimos batiendo el récord
de déficit y nuestra economía es de cartón piedra. Pero ayer, en los
círculos conservadores se celebró con histérica alegría la victoria de Merkel. Bueno... Mañana vendrán a por nosotros.
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