Aquél era Franco.
Recomendaba no meterse en política, porque él había sustituido la
gestión colectiva de la cosa pública por un sencillo mecanismo de ordeno
y mando. Es verdad que la dictadura requería una extensa corte de
ministros, generales, gobernadores civiles, delegados provinciales y un
sinfín de autoridades. Pero la política estaba prohibida. España era de
sus dueños. Y nadie podía poner en tela de juicio el sueldo del alcalde.
Hago este preámbulo por lo que luego se verá. Resulta que ayer hube
de aclarar a varios conocidos que el salario de un profesor asociado de
la Universidad no supera los seiscientos euros al mes. A otros les
advertí que Santisteve suele atender casos de turno de
oficio, donde las minutas no son iguales a las que se obtienen
defendiendo a ladrones y corruptos de alto nivel. O que en estos tiempos
uno puede salir bien librado un año y quedarse a dos velas el
siguiente. Todo ello para aclarar algunos aspectos relativos a la
declaración de ingresos y patrimonios hecha por el alcalde y los
concejales de Zaragoza. No obstante, tropecé con un argumentario de
doble filo, cuyos usuarios más recalcitrantes se mostraron inmunes a
cualquier razonamiento. A saber: si los cargos públicos manifiestan
haber tenido con anterioridad modestos o escasos beneficios, será porque
son unos desgraciados, no saben administrarse o mienten; si hacen
públicos emolumentos y patrimonios de mejor nivel, seguro que son unos
aprovechateguis, han trincado o vaya usted a saber. Si se bajan el
sueldo, es porque se lo van a llevar crudo por debajo de la mesa; si
ceden parte del mismo al partido, mira tú qué adelanto...
Moraleja: a ciertas personas les disgusta la política y los políticos
sean como sean. No les conmueve la reducción de altos cargos que, por
ejemplo, hará el nuevo Gobierno aragonés. Porque les sobra el susodicho
Gobierno, sus consejeros, sus directores generales... Y tanto concejal y
tanto asesor y tanto parlamentario y tanto de todo. Está por ver si la
democracia les parece demasiado cara o simplemente añoran al tipo aquél
que recomendaba no meterse en política.
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