Quienes hace diez años tronaban en España contra el matrimonio entre homosexuales no han dicho ni mu
ahora que tal posibilidad se ha extendido por todo el orbe democrático y
ya es un hecho en los Estados Unidos de América. ¿Qué habrán pensado
los reaccionarios al contemplar esa fotografía en la que la bandera
arcoiris se proyecta sobre la fachada de la Casa Blanca? Aunque, claro,
este tipo de personas que todavía piensan y sienten según las claves de
la vieja España negra deben estar acostumbradas a que la vida les
pase por encima. Pero luego acuden a cada nuevo envite con singular
energía. Y resulta curioso escucharles cuando pretenden hacer suyo el
concepto democracia, integrar en él la Ley Mordaza y otras aberraciones, autodenominarse liberales mientras exigen la prohibición del aborto o identificarse con lo más duro de la derecha global (el Tea Party les inspira) para sentirse en el siglo XXI.
¿Qué reflexión les merecen los fracasos políticos y militares de los
halcones occidentales en Oriente Medio y el Norte de África? ¿Les
inquietará en algún momento el destino de países como Irak, Afganistán,
Libia o Siria, cuya desestabilización se justificó en nombre de la
libertad (¡la libertad!) para luego dejarlos en manos del yihadismo?
¿Entenderán los mensajes que lanza su propio líder espiritual, el Papa Francisco,
o pensarán que éste es una aberración o quizás la consecuencia de un
lapsus del Espíritu Santo? ¿Serán capaces de captar en un rapto de
empatía el sufrimiento de los pobres de la tierra? ¿Llegarán a deducir
que una sociedad donde la igualdad es imposible está abocada a la
inseguridad, la tensión y la violencia?
La patria ideológica de
estos paleoconservadores hispanos, EEUU, recupera la relación con Cuba.
Con la intermediación del Vaticano, porque el Gobierno español ni se
enteró de lo que se estaba cociendo, enfrascado en sus cruzadas antipopulistas. Está fuera del mundo esta gente. Imagínense como tendrán la cabeza (y el cuerpo), cuando el termómetro remonta los 40 grados, Rajoy, su primo y todos los que negaron una y mil veces el calentamiento global. Pobre gente.
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