Cuando el domingo me fui al Príncipe Felipe a escuchar el exquisito concierto de Bob Dylan (magnífica evocación musical y poética de la cultura norteamericana contemporánea), ya se sabía que Grecia había votado No. Entonces me acordé de un artículo de José Antonio Zarzalejos que había leído horas antes. En él, el agudo periodista conservador señalaba que el referéndum convocado por Tsipras,
un éxito en sí mismo, dejaba en evidencia a toda la élite política
europea, cuyas actuaciones y dictados han sido constantemente fruto de
decisiones por arriba, oscuras y trapaceras. Ahí está el quid de la
cuestión.
Luego, he escuchado a los habituales analistas (o lo que sean) gubernamentales
intentando asimilar la negativa helena (que no se esperaban). Están
enfadadísimos con los griegos, con Syriza, con Podemos, con Hollande
(por blandengue) y con todo el que no se rinde e inclina ante la
ortodoxia financiera que impera hoy en la UE. Lo más inaudito de esta
reacción de la España sistémica ante el No de nuestros
todavía socios y aliados es que se niega a profundizar un milímetro en
la situación real, en el hecho de que los anteriores rescates de Grecia
no fueron sino el rescate de los bancos alemanes y franceses que habían
cebado la deuda de aquel país (como cebaron la burbuja inmobiliaria
española) por puro afán especulativo. Pero, por otro, ignora que nuestro
país no está para ponerse borde con nadie, porque no paramos de
acumular deuda, debemos ya un billón de euros, no se sabe cómo podremos
pagarlos, estamos pendiente del coste del dinero, tenemos una economía
frágil y si en Atenas se vienen abajo nosotros las pasaremos también de a
metro.
Nadie en su sano juicio cree que Grecia pueda salir a flote en la
actual situación. Un acuerdo generoso no sería pues una concesión, sino
más bien una actitud inteligente porque el más mínimo tambaleo del euro
afecta a las bolsas, eleva las primas de riesgo, barrena los resultados
de los fondos de inversión y en suma nos puede costar mucho más dinero
del que supuestamente nos deben los griegos. No se engañen: nosotros
somos ellos.
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