Me avergüenza, me confronta dolorosamente con mi condición de
ciudadano europeo... Pero no me extraña. El tratamiento que la UE está
dando a los refugiados procedentes de Oriente Medio repugna a cualquier
conciencia afecta al humanismo (materialista o cristiano, elijan), y sin
embargo forma parte de la terrible lógica que dicta los acontecimientos
globales. Pagar a Turquía para que almacene a quienes huyen de
la guerra, dejar colgados en Grecia (ese país hermano al que se le da
trato de enemigo) a miles de personas desvalidas y hacer todo esto con
el más absoluto cinismo es un crimen de lesa humanidad. Pese a lo cual,
insisto, no desentona de la deriva global que incluye el auge de la
extrema derecha en el centro y norte de Europa, la existencia de
regímenes ultrarreaccionarios en Hungría y Polonia o la emergencia de
una bestia parda como Trump en el escenario político norteamericano.
Existe un hecho mucho más concreto, más próximo aunque no menos cruel
que permite hacerse idea de la clase de mundo en que vivimos. El jueves
pasado, La 2 de TVE emitió un estremecedor reportaje sobre las víctimas
españolas de la talidomida: el venenoso fármaco recetado durante los 60 y
los 70 a mujeres embarazadas, que provocó terribles malformaciones en
sus hijos. Lo que allí se contaba no era nuevo para mí. Apenas unos días
atrás, había recibido yo un mail sobre el mismo asunto. Así supe
que, en nuestro país, los afectados por aquel crimen químico
prácticamente no han recibido compensación alguna (al contrario que en
el resto de Europa) y sobreviven a base de voluntad y valor personal.
Cuando lograron llevar su caso a los tribunales, la canallada había
prescrito. Se sabe además que la talidomida siguió recetándose y
comercializándose en España cuando en Alemania ya había sido retirada.
El franquismo era así.
Hoy, el laboratorio Grünenthal, fabricante
de la talidomida, produce ¡y vende! los únicos medicamentos destinados a
mitigar el dolor de sus propias víctimas. Por eso el drama de los
refugiados me parece diabólicamente coherente. Qué podemos esperar.
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