El pasado fin de semana se celebró en Tudela uno de esos congresos
sobre el bienestar que organiza la SER por toda España. Allá me fui
porque intervenían varios amigos míos, vive en aquella ciudad navarra
gente a la que quiero y además... la alcachofa está en su momento y ya
se han recogido los primeros espárragos. Así que en la mañana del
domingo me senté en un abarrotado Teatro Gaztambide a escuchar cómo el
filósofo Daniel Innerarity (su último libro, La política en tiempos de indignación, se ha convertido en todo un best seller,
lo cual es mucho decir de una obra de no ficción) disertaba sobre la
relación entre la vida buena y la buena vida. Allí anduvo, a vueltas con
la naturaleza de la satisfacción, el deseo o el sentido de la
existencia. Lo más interesante (en mi opinión) fue cuando profundizó en
la confusa relación entre la ética positiva y el sentido de lo colectivo
(vida buena), y el triunfo y la consecución de los más valorados
objetivos materiales (buena vida). Porque lo uno no garantiza lo otro
(¡que más quisiéramos!), aunque tampoco funciona la cosa en su viceversa
(¡sería el colmo que todos los canallas alcanzasen la felicidad después
de joder al prójimo).
Pero el debate acabó a su hora, el
congreso también... y nos fuimos tranquilamente a comer material de la
huerta. Me quedé con un runrún: es posible que nunca como ahora haya
existido una exaltación tan constante y efectiva de la sinvergonzonería,
el individualismo, el egoísmo y el cinismo como vías hacia la buena
vida; nunca tampoco la voluntad de compartir, el altruismo o el sentido
de lo comunitario estuvieron tan denostados y fueron objeto de tanta
burla. Antes existía al menos la doble moral, una obvia hipocresía para
disimular la maldad. Ahora ya no. Ahora el "esto es lo que hay" se
combina con las más feroces críticas a lo que los propagandistas del
sálvese quien pueda (o pensamiento único) denominan buenismo. Así
que yo, como dice la tradicional canción obrera, a los explotadores
(opresores, criminales, estafadores, ladrones) sólo les desearía que el
dinero que nos roban lo gasten en medicinas. ¡Toma ya gran vida!
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