Los recortes en la enseñanza pública no son, desde la evidente
perspectiva del actual Gobierno, un mero ajuste circunstancial sino una
opción estratégica. Por eso, además de incrementar las horas lectivas de
los docentes, aumentar el número de alumnos por aula, eliminar personal
de apoyo, dejar de cubrir las bajas, frenar los programas de
bilingüismo, desechar los tablets, complicar la obtención de
becas... el Ministerio y sus corifeos tiran de argumento
paleoconservador para desprestigiar centros, programas y profesores. Los
argumentos usados en esta campaña son pura esencia de la España negra. Y
no, no me refiero a las críticas razonables y necesarias a un sistema
manifiestamente mejorable, sino a esos ejercicios de destrucción masiva
que pretenden describir a los profesores de la pública como unos vagos, a
los alumnos como unos berzas y a los padres como unos inconscientes.
La eterna burricie nacional repta, babosa y alegre, como en los viejos
tiempos. Hay gente dispuesta a jurar que la educación era mejor cuando
no existía la actual red de centros públicos y te buscabas la vida en
los privados (de la Iglesia, claro), cada aula albergaba cincuenta
alumnos, terminabas el Bachillerato Superior de Ciencias sin haber
pisado un laboratorio (lo cual certifico, pues fue mi caso), nunca
llegabas a dominar bien el segundo idioma (véase a nuestros presidentes
del Gobierno) y los chavales pasaban casi una cuarta del tiempo
memorizando catecismos, estudiando Historia Sagrada, asistiendo a cultos
católicos y con flores a María. Por contra, esa misma gente asegura que
es ahora cuando todo va rematadamente mal. ¿La culpa? Esa educación
pública y gratuita. Acabemos con ella, rompamos la igualdad de
oportunidades, hagamos de la enseñanza un negocio y pongamos a los
maestros, profes y catedráticos en su sitio, ¡pues qué se han creído!
Si este país no mima su educación pública está acabado. Si la crisis
sirve de coartada para retroceder sobre los pasos de nuestra Historia,
demos por hecho que España se viene abajo. Nos jugamos el futuro. Y
parece mentira que tengamos que decir tales cosas en pleno siglo XXI.
Parece mentira.
JOSÉ LUIS Trasobares 22/05/2012
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