Todo empezó y acabó en la especulación del suelo. Durante treinta
años, los cárteles inmobiliarios y sus inmundos cómplices políticos
hicieron del solar y el ladrillo una bomba inestable que finalmente les
estalló en la cara. Nada de esto habría ocurrido si España hubiera
tenido una planificación urbanística razonable y transparente o mejor
aún un sistema a la noruega: el suelo es de titularidad pública y se
alquila a los particulares por módicos precios y largos periodos para
que construyan sus casas. Por eso en otros países europeos la vivienda
es asequible y todo el dineral que aquí hemos metido en el pútrido
negocio inmobiliario allí ha capitalizado la economía productiva.
El 90% de los problemas que aquejan a la economía española (el desempleo, la toxicidad
bancaria, la inmensa deuda privada, la creciente deuda pública, el
fraude fiscal) tiene que ver con la burbuja especulativa. Hinchado por
un crédito sin límites aparentes, el globo creció y creció, mientras
presumíamos de construir más viviendas que Alemania, Francia e Italia
juntas. Muchas industrias locales se vendieron a compañías extranjeras y
el dinero obtenido fue directo al ladrilleo, donde el beneficio solo
requería estar en línea con quienes recalificaban suelo. A su
vez, las instituciones ingresaban más y más pasta procedente de
licencias, plusvalías y otras gangas. Con los terrenos de titularidad
pública arrojados también a la pira de la especulación, los desvíos
presupuestarios parecían tener fácil solución. La varita recalificadora
garantizaba los rotos de los diversos gobiernos, el deshueve de bancos y
cajas, el mamoneo de los clubes de fútbol... cualquier cosa.
Ahora nos dicen que es preciso abaratar los costes laborales (¿más
aún?), privatizar los servicios públicos y poner el país en almoneda. Y
sin embargo la industria superviviente exporta, los salarios españoles
están por debajo de la media europea y los servicios públicos parecen
perfectamente viables si son bien administrados. Aquí, antes de nada, es
necesario meter en cintura a los sinvergüenzas, a los especuladores, a
los que se han hecho de oro sin arriesgar un chavo. Pero esos, claro,
son intocables. De momento.
JOSÉ LUIS Trasobares 07/05/2012
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