Las palabras son cañas huecas que cada cual rellena a voluntad. Y lo
que significan puede ser una cosa... o su contraria. Escuchen y lean las
noticias y comentarios relativos a la EPA del último trimestre del
2003. El Gobierno y el PP venden una reducción del paro
(provocada obviamente por el retroceso que experimenta la población
activa) mientras olvidan con alegría que se sigue destruyendo empleo.
Desde que gobierna la derecha han desaparecido un millón de puestos de
trabajo. Un éxito, según la vicepresidenta Soraya. ¿Qué es un éxito? ¿Qué se quiere decir al afirmar que la reforma laboral "ha cumplido sus objetivos"?
Discutimos sobre las primarias. Pero este es un término polisémico.
Puede denominar el paripé ejecutado por el aparato de un partido para
dar un aire participativo a la designación de sus
candidatos... O para describir un proceso de participación real que
seleccione esos candidatos a partir de la movilización popular. A
elegir.
Se oye hablar de recuperación, de asegurar los servicios
sociales y las pensiones (¡buena se quedó mi tía al enterarse de que
solo le suben el 0,25%), de regularizar el crédito, de flexibilidad
laboral, de presupuestos expansivos... Bla, bla, bla. Las Cortes
aragonesas acaban de aprobar las cuentas para el 2014. Pero de las del
2013 no se ejecutó ni la mitad de la inversión prevista. Así que las
cifras debatidas en el parlamento autónomo son tan tramposas como las
letras de los discursos que las han defendido.
Una amiga mía
suele decir que los primeros combates de toda batalla política se libran
por el control de las palabras. Me temo, sin embargo, que ya no merece
la pena esa lucha. El comunismo es capitalismo salvaje en China. La
lucha contra la corrupción la dirigen los corruptos. Los que se dicen
liberales se dedican a saquear los estados con la complicidad de los
políticos. En Aragón, los presupuestos son una broma, el paro avanza y
los servicios están tan de pena que ayer incluso el letrero del Clínico
de Zaragoza se vino abajo machacando a quienes pasaban por allí. Pero en
el Pignatelli estaban felices. A ellos, todo esto les sonaba a gloria.
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