El chino del bar de abajo estaba pletórico. ¿Qué tal, amigo?, me
saludó mientras estrechaba mi mano. Agraciado con el segundo premio del Niño,
era todo sonrisas e ires y venires. Nadie ha logrado saber cuánto
dinero ha pillado (bastante, se dice en el barrio), pero es indudable
que este año se le presenta de cara. Ni Rajoy podría describir
mejor arranque para el 2014. Y esa va a ser la tónica del tiempo que
viene, magnífico para unos, regular para muchos, pésimo para quienes no
sean bendecidos por la buena fortuna. Estamos sumergidos en el turbio
estanque de un surrealismo enloquecido, brillante, laberíntico y cruel.
La verdad y la mentira son caras de la misma moneda. La bolsa sube, la
prima de riesgo baja, el trabajo fijo y los salarios dignos se han ido
por el sumidero, ponerse enfermo en Aragón resulta cada vez más
arriesgado, surgen nuevas oportunidades, desciende el paro registrado,
también descienden las afiliaciones a la Seguridad Social, aumenta la
deuda... Y todo, lo positivo y lo negativo, puede irse a la mierda si es
preciso rescatar de nuevo a Grecia o fallan los emergentes o el
tinglado financiero se atranca por enésima vez. Por si acaso, mi vecino
el chino no invitó a los clientes de su bar. Regla fundamental: si
tienes suerte, quédatela toda para tí.
Sabemos que el supuesto
pufo panameño de Sacyr ha sido elevado a cuestión de Estado (ya teníamos
metidos allí 160 millones en avales públicos, más lo que requiera ahora
el salvamento de la marca España). Sabemos que la subasta del
kilovatio no estuvo amañanada (según dice el organismo pertinente).
Sabemos que el Rey sigue hecho unos zorros (qué raro, en este caso la
realidad percibida no logra imponerse a la realidad real)... Y vemos
cómo los jueces Pedraz y Castro tienen que explicar (sea
en formato Twitter, sea en un auto escrito al borde de la desesperación)
lo más elemental del derecho democrático, que muchos ni quieren ni
saben entender. La infanta está otra vez imputada (¿quién la
desimputará?). Y nuestro consejero Oliván ha logrado poner patas arriba la sanidad pública aragonesa. ¡Je, je, je!, se carcajeó mi amigo chino.
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