La gente sale de Urgencias estupefacta y rabiosa. Quienes están
pendientes de una intervención quirúrgica afrontan listas de espera que
ya no acumulan meses sino años. Los servicios ambulatorios son
desmantelados. La centralización de las consultas psiquiátricas en
Valdespartera ha desconectado a numerosos enfermos de los demás barrios.
Como símbolo de este pavoroso deterioro (¡en solo dos años!, ¡el
consejero Oliván es un genio!), la caída del letrero del hospital
Clínico de Zaragoza sobre la cabeza de quienes entraban o salían del
edificio señala un hito en la crisis del Salud. Por todo ello, la
protesta de la ciudadanía parece tan lógica como conveniente. Defender
la sanidad pública es una obligación, porque si el sistema se hunde no
hay repuesto. Tal vez algunos puedan irse a la privada; la mayoría no (o
lo deberán hacer bajo fórmulas asistenciales tan rácanas que será como
estar a la intemperie).
En San José, la asociación de vecinos ha
convocado para mañana (a las 12, en la plaza Mayor del barrio) una
concentración que luego abrazará el Centro de especialidades
Pablo Remacha, ese donde las presuntas autoridades sanitarias echaron
las puertas abajo para llevarse los aparatos de radiodiagnóstico. 40
años después de ser creada (quedó legalizada en el 74), la asociación
sigue en la brecha, peleando ahora por algo tan básico y tan
imprescindible como las viejas reivindicaciones de los 70: asfaltado de
las calles, cubrimiento de las acequias, servicios sociales... Hay que
haber conocido San José en aquella época (fue el barrio de mi infancia y
mi juventud) para hacerse una idea de todo lo que se avanzó desde
entonces, gracias a la movilización vecinal. Hoy se oye a ciertas
personas criticar en términos absolutos los frutos de la Transición y la
democracia. Y sin embargo fue a partir de los 80 cuando la lucha y el
tesón de la ciudadanía cristalizaron en logros tal vez elementales pero
sin duda magníficos. Son precisamente esos logros los que la derecha
pone ahora en jaque mate. ¿Para volver a la situación de hace 40 años?
¿Para llevarnos a la precariedad? Piénsenlo bien.
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