El delegado del Gobierno en Aragón, Gustavo Alcalde, ha
explicado que la contundencia de las últimas intervenciones policiales
en las calles de Zaragoza estaba justificada. Para ello ha descrito como
"grupos muy violentos y bien organizados" a los chavales que en las
broncas más recientes se las arreglaron para armarla en su propio barrio
y, al quemar contenedores, joderle la furgo a un colega. En mi opinión,
los desfases de los jóvenes indignados (llamarles antisistema es
exagerado) se corresponden a la perfección con los provocadores
despliegues policiales, que una y otra vez han situado a las fuerzas
(denominarlas de seguridad también suena raro) incrustadas literalmente en las manifestaciones (por no hablar de los presuntos infiltrados).
Este tipo de interactuaciones entre autoritarios e incontrolados,
nacionalistas centrípetos y nacionalistas centrífugos o ETA y la
ultraderecha españolista es algo que me pone nervioso, como si me
estuvieran poniendo entre la espada y la pared.
Estamos viendo
cómo las luchas populares no siempre acaban en el callejón sin salida de
la impotencia. El desenlace del conflicto en Gamonal indica que nada
está escrito y que la derecha gobernante es vulnerable. Esto ha quedado
aún más claro tras el frenazo en seco de los planes sanitarios del
Gobierno de Madrid.
Para ganar, las movilizaciones han de ser
masivas, ocupar todos los espacios legales (también los judiciales,
claro), estar bien gestionadas (ahí los liderazgos son imprescindibles) y
saber ganarse la simpatía y el apoyo del resto de la población. Pero
sobre todo la clave del éxito está en la persistencia y por tanto en la
organización. Por supuesto, es preciso forzar los límites de la
legalidad dilatándolos cuanto sea posible. Pero bajo premisas de
serenidad y disciplina. Repito: estabilidad organizativa y acción
unitaria.
En Madrid, la activa Marea Blanca aguantó, peleó, puso
en marcha a sus abogados, conectó con la opinión pública. No sólo ha
logrado parar la privatización de los hospitales (los de ellos y, de
rebote, los nuestros), sino que ha empujado al PP capitalino hacia el
abismo electoral. Sí se puede.
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