Leo las últimas declaraciones de Biel y percibo en ellas la
extraordinaria pulsión que arrebata a todos los personajes públicos: el
deseo de pasar a la Historia. Retirarse con honor, verse envuelto en
homenajes, mecerse en el reconocimiento ajeno y dejar una obra
imperecedera son las aspiraciones de cualquier mujer y hombre de Estado,
aunque sea a escala regional o local. En el pasado, cuando gobernar era
un privilegio reservado sólo a quienes estaban ungidos por la gracia de
Dios (o del Rey o del Caudillo), un presidente de diputación
provincial, un alcalde o cualquier cacique comarcal tenían asegurado el
admirado recuerdo de sus administrados, placas, calles y convenientes
hagiografías a cargo de los cronistas oficiales u oficiosos. Así que
José Ángel aspira a lo mismo. Es español y aragonés, no puede evitarlo.
Pero la democracia, con su libertad de expresión y de información, con
su soporte crítico y sus severos juicios retrospectivos, es muy exigente
con quienes la gestionaron. Así, José Marco, expresidente del
Gobierno autónomo, no tiene ya otra opción que ejercer de villano en la
mayoría de los testimonios futuros. El exalcalde de Zaragoza Antonio González Triviño andará por ahí, por ahí. Mejor les irá a quienes tuvieron mandatos breves o se fueron antes de tiempo: Sainz de Varanda, Eiroa, Atarés. Gómez de las Roces y Rudi han protegido su legado vaciándolo de cualquier acto positivo o negativo, encefalograma plano. Marcelino Iglesias,
todavía senador ejerciente, contempla con enorme aprensión cómo su
dilatada obra, doce años en el poder, se agrieta y tambalea a ojos vista
con cada revelación sobre Plaza o cada ajuste de cuentas perpetrado a
posteriori por algún poder fáctico que él mismo alimentó generosamente
pensando que los tigres ahítos no muerden la mano que les dio de comer.
En cuanto a Biel...
El gran factótum del PAR tendrá que hacerse a
la idea de que la Historia es una amante esquiva y devoradora. Él aún
pretende presumir de logros como Motorland o Caudé con la misma boca que niega a Marivi la de La Muela. Pero está inquieto, receloso, comido por el amor propio... Y con razón.
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