Ayer, un amigo mío recordaba entre risas (mitad divertido, mitad encabronado) el día de la boda de Ramón Rato (hermano mayor de Rodrigo), cuando la policía irrumpió en el festejo para detener al novio y a su padre, don Ramón.
Ambos acabaron en la cárcel por evadir capitales y arruinar tres
pequeños bancos (Siero, Murciano y Medina) que fueron intervenidos. Pero
pese a las condenas y las multas, aquella familia siguió en el machito.
En España, cuando uno es rico de toda la vida, las detenciones y
condenas no dejan de ser simples, aunque desagradables, incidentes. Lo
normal.
En esto, los Rato no son una excepción. Si Javier de la Rosa
reventó el grupo KIO y la operación Gran Tibidabo, su padre había
cometido un desfalco milmillonario (cuando un millón de pesetas era una
fortuna) en la Zona Franca de Barcelona. Claro que las clases altas de
este país nuestro pueden permitirse el lujo de heredar sin trauma alguno
la condición de delincuente. Vean a los Pujol: el abuelo, estraperlista y traficante de divisas; el hijo, revientabancos y president; los nietos, presuntos comisionistas, evasores y altos cargos... Para que luego digan que Cataluña es otra cosa. ¿Otra?
Mi nación es Suiza, proclama por la vía de los hechos esta bandada de buitres. Y aún me dejo en el tintero a los Botín (eficientes) a los Ruiz Mateos
(surrealistas) y otras sagas que me abstengo de nombrar pues acabaré
citando a personajes demasiado próximos. Hemos de reconocer, además, que
el de Rato es un caso sobresaliente. No todos los días un ejemplar de
esas ínclitas razas ubérrimas llega a ser vicepresidente y ministro de
Economía del Reino de España y director del Fondo Monetario
Internacional. ¡Ah, el FMI! Después de Rato, tuvo por jefe a Strauss Khan, un enloquecido adicto al sexo. Y ahora, a Christine Lagarde, involucrada en el caso Tapie, asunto que le costó al contribuyente francés más de cuatrocientos millones de euros.
Estos son los que nos acusan de vivir por encima de nuestras
posibilidades. Yo, cuando oigo sus amonestaciones, tengo que taparme la
boca. Para que no se me vea la risa ni se me escuchen los denuestos.
¡Canallas!
JLT 17/04/2015
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