En el oscuro fondo del Mediterráneo, a la altura del estrecho de
Gibraltar o del Canal de Sicilia, crece un bosque de esqueletos. Las
rotundas osamentas de los africanos varones se mezclan con las más
frágiles de las mujeres ahogadas y tampoco faltan los niños, arbustos de
marfil pulidos ahora por las aguas. Y ya ni siquiera África tiene la
exclusiva en el terrible cultivo submarino: Asia también pone sus
simientes llegadas del atormentado Oriente Medio o del lejano Indostán.
Los jefes de la UE le dan vuelta a la situación (la matanza, el crimen),
que refleja su incapacidad para resolver los problemas actuales. La
opinión pública europea se estremece por un momento antes de volver a
ocuparse de sus particulares asuntos. Los bienintencionados protestan y
lamentan la aparente indiferencia colectiva ante el sistemático
genocidio marino. Los cínicos se limitan a culpar de todo a las mafias
de la emigración ilegal, confundiendo el efecto con la causa. Los
miserables y los estúpidos aplauden la propuesta de utilizar drones para
bombardear las futuras pateras en sus puertos de origen.
Lo más escalofriante, vistas las cosas con una mínima perspectiva, es
que ni las autoridades ni muchos analistas estén siendo capaces de
reflexionar en serio sobre la forma en que Occidente ha impulsado esa
huida hacia nuestros países y ciudades, donde se supone que habita la
riqueza. Que Libia, por ejemplo, se haya convertido en la base de
partida de los barcos cuyo pasaje acaba incrementando el maldito bosque
submarino no es casualidad. ¿Qué pueden decirnos al respecto los
dirigentes y analistas que organizaron y jalearon la desestabilización
de dicho país? ¿No tienen nada que explicar ante el hecho de que la
dictadura de Gadafi haya sido sustituida por el fracaso
del Estado, la guerra entre facciones, el yihadismo y la catástrofe?
Por no hablar de Siria e Irak. O de las guerras africanas, azuzadas
desde el exterior (en la zona no hay una sola fábrica de armas o
municiones) por los civilizados traficantes de diamantes, de petróleo, de coltán, de madera... El bosque de esqueletos es, en gran medida, obra nuestra.
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